Buenos días. Quizá una de las características de cualquier desempeño que me ha despertado siempre mayor interés, y hasta fascinación, es el grado de orientación a resultados del mismo. Y es que, cuando uno busca un determinado efecto a partir de sus acciones, no puede trufar las mismas de elementos que, paradójicamente, vayan en contra de la consecución de tal logro. A no ser, claro está, que haya “agenda oculta” en medio y, consecuentemente, un cierto salto entre lo que dice que quiere hacer y lo que, en realidad, pretende. Si no es así, y cuando ponemos algo en marcha queremos lograr unos objetivos claros, lo que se haga ha de ir en la línea de, por lo menos, intentarlo sin ambages. Que el resultado sea uno u otro dependerá, muchas veces, también de factores externos y, por ende, mucho menos en nuestra mano. Pero, como digo, por lo menos es necesario poner todo el empeño en ello y remar en la dirección y sentido adecuados.

Nuestra sociedad, centrándonos en el ámbito de la contención de la crisis sanitaria motivada por el virus SARS-CoV-2, parece muchas veces no estar orientada a resultados. Porque es evidente que todos queremos que las cosas vayan a mejor, a pesar de que lo que se hace —claramente—, lo que no se hace —muchas veces— o lo que se pretende, parezcan ir a veces en contra de tal pretensión. ¿Qué está pasando? ¿Hay tal “agenda oculta” en las motivaciones detrás de miles de declaraciones de las personas más públicas, por ejemplo? ¿Cómo están respondiendo a este reto todos los segmentos de nuestra sociedad?

Formulándome estas preguntas es el escenario en el que afronto la rocambolesca situación actual, después de la reciente sentencia del Tribunal Constitucional, a instancias del partido político Vox, sobre la pertinencia o no de las decisiones tomadas por el Gobierno en cuanto a las medidas urgentes para tratar de limitar los devastadores efectos de la pandemia de COVID-19. Algo que llega tarde y mal, no precisamente por unanimidad (seis votos contra cinco) y que, realmente, ¿aporta algo constructivo más allá del minuto de gloria de quien llevó tal cuestión ante el alto Tribunal?

Porque, miren, lo que le ha afeado el Tribunal al Gobierno es que el conjunto de medidas que ha tomado —y, muy en particular, el confinamiento domiciliario de la población— tenían que haber sido enmarcadas en un estado de excepción, y no en el de alarma. Como saben, tal situación —prevista en la Constitución— supone un escalón más en la panoplia de herramientas —estados de alarma, excepción y guerra— para tratar escenarios verdaderamente adversos y complejos. Sobre la marcha, en su momento el Ejecutivo plantea el estado de alarma —en el que se habla, específicamente, de crisis sanitarias—, para salir del paso, y en él se circunscriben las medidas ahora cuestionadas, con el refrendo del Parlamento. De acuerdo. Y, por lo que dicen ahora los magistrados, esta no era la fórmula correcta, sino que tendría que haberse abundado en una restricción de las libertades mayor. Pues así será… Técnicamente, ya que se lo preguntan, tendrán que decirlo… ¿Y?

La lectura que se está haciendo de la sentencia en ciertos medios y ambientes ideológicos es que el TC ha cuestionado el confinamiento. En absoluto. La realidad es que, en un plano jurídico, se plantean fallos en la elección de los mecanismos oportunos para abordar la situación. Pero volvamos a la orientación a resultados… ¿quiere decir, entonces, que no había que haber confinado a la población? No, ni de broma. ¿Se trata de que se podía jugar al “ancha es Castilla”, y hacer como si nada pasase, para que el virus se llevase aún a muchos más de nuestros conciudadanos y conciudadanas, cebándose especialmente en las personas mayores? No. ¿Cambia sustancialmente la cosa esta sentencia, en una quinta ola ya, con franco repunte explosivo de la pandemia, después de haber tropezado no ya dos ni tres, sino trescientas veces en la misma piedra, volviendo a cometer los errores de la primera, segunda, tercera y cuarta ola? Tampoco. Entonces… ¿de qué va esto, fuera del ámbito técnico-jurídico que, en lo práctico, no es tan crítico en este caso? ¿Está orientada a resultados no ya la sentencia, que será la que tenga que ser, sino la interpretación de la misma desde diferentes ámbitos de interés? Pues no lo parece…

Porque lo importante, queridos y queridas, es actuar. Al Gobierno se le pueden afear muchas cosas, incluyendo el que aún no tengamos una ley que permita abordar situaciones de crisis sanitarias, como esta, con mucha mayor agilidad y deslindándolo de estados como el de alarma o el de excepción. Pero no se puede decir —como escucho y leo hoy— que el confinamiento fue ilegal. Ni de broma. Es más, gracias al confinamiento a lo mejor estamos aquí contándolo y ustedes leyéndolo.

Creo que es momento de orientarnos —mucho más aún— al resultado de contener la pandemia, ya que nunca hemos apostado verdaderamente por intentar erradicarla o llevarla a su mínima expresión. Todo lo demás, matizaciones jurídicas especializadas incluidas, están muy bien para aprender y para hacerlo mejor en un futuro… Pero todo lo que sea basarse en eso para liar aún más el asunto, creo que a la larga nos perjudicará…