Buenos días de nuevo, queridos y queridas. El tiempo va fluyendo y el verano, que ayer era una intacta promesa, se evidencia como algo real y tangible, que conforma nuestro marco vital de estos días. Sí, porque es verano, a pesar de que el sol esté un tanto remolón por estos lares, para desesperación de muchos y disfrute infinito de mi persona. No me interpreten mal, que no lo digo por fastidiar. Simplemente es que ya saben que soy más de fresquito que de calores, y nunca dejan de encantarme estos días grises, donde estoy mucho más cómodo y a gusto, mientras todo se ralentiza y no existen aglomeraciones en los lugares en los que vivo y me gusta respirar. En fin, eso… que el verano —mejor o peor, a criterio de cada cual— va desgranando sus días. Aprovéchenlos, vengan como vengan. Son los que tenemos. De eso se trata.

Y saludados, como están, paso a compartir con ustedes alguna de las ideas sobre las que he estado últimamente pensando. Les cuento que, en tal clave, estos días le he dado vueltas a eso de saber gestionar las frustraciones. Las propias, para empezar. Y desde el punto de vista más colectivo, las de todos, en un momento en el que —según creo— estas están muy presentes en los comportamientos de muchas personas. ¿Qué opinan ustedes? ¿Es este un momento en el hay más frustración o no? ¿Piensan ustedes que puede estar tal frustración en la base de ciertos preocupantes comportamientos más exhibidos últimamente, con una deriva cada vez mayor de nuestro grupo humano hacia la polarización, la trifulca y los fenómenos asociales y violentos, exentos de empatía?

Yo estoy convencido de que sí, aunque no pueda ni pretenda darle una base científica. Habría que preguntarles a los psicólogos y a los sociólogos, que seguro que nos pueden aportar mucha luz sobre ello, pero lo cierto es que la sociedad de hoy, infinitamente mejor en mil y un aspectos, está evolucionando un poco hacia un perfil más caníbal y menos inclusivo. La familia, entendida como el grupo emparentado más próximo, que da sostén, calor y acomodo al individuo, está hoy menos presente, y la soledad no deseada se consolida como una de las enfermedades sociales más patentes en nuestro entorno. Al tiempo que esto ocurre, otros pilares básicos para el individuo también aligeran su relación con él, en estos tiempos a los que me gusta llamar líquidos —a lo Bauman— pero que en realidad han evolucionado ya casi hacia lo gaseoso, por lo altamente deslavazado de mucho que antes era consistente. Todo ello, la falta de referentes absolutos —con su parte buena, en términos de mayor diversidad, y otra más carencial, de falta de rumbo— y la escalada hacia un cierto nivel de virtualidad en las relaciones humanas, complican aún más la ecuación. Y sí, creo que generan frustración. Algo a lo que suma también el casi completo exhibicionismo material en el que vivimos inmersos, al que muchas personas responden con una importante generación de ansiedad, sobre todo porque el mismo se desenvuelve en un contexto económico muy asimétrico, en el que unos lo poseen todo y ambicionan mucho más, y otros nada tienen.

Y fíjense que, pensando en esto, se cruza en mi camino la noticia de Bezos y su viaje al espacio, que abunda en esa profunda asimetría mundializada en la que parece discurrir ahora la lógica general. Unos viajan al espacio, y está bien, pero aplican recursos que, quizá, podrían ser importantes para otros menesteres mucho más básicos. Sí, ya sé que es su dinero, y que tal paradigma es indiscutible, pero mírenlo más allá de lo cotidiano y lo hoy asumido… ¿Tiene sentido? ¿Es lógico que, visto en conjunto y con la mirada puesta en colectivo, unos estemos pensando en las dosis de refuerzo de la vacuna de última generación para prevenir la infección por el SARS-CoV-2 y otros no tengan ni aspirinas? ¿Que unos vayan al espacio y otros caminen cada día veinte kilómetros diarios descalzos —visto con mis ojos más de una vez— para intentar aprender a leer y escribir? ¿Es lógico, conveniente y razonable todo esto que hemos convenido en asumir como normal? ¿Vivimos de una manera razonable, y preguntándolo no apelo a lo que me diga la Economía o el Derecho, sino al más básico sentido común? En tal línea, ¿vivimos de una manera decente, en términos de distribución de los recursos? ¿No es lógico que genere todo ello un alto nivel de frustración? ¿No ven en la mayor desigualdad entre las personas, signo diferencial de esta época por encima de cualquier otro, un billete claro hacia una sociedad peor y mucho más rota? ¿Un billete claro hacia cada vez más y más frustración…?

Viajar al espacio… Vivir al día en paz. El yin y el yang. Tanto, y tan poco. 2021. Hoy…