Cuando al inicio de la pandemia contagios y muertes escalaban el primer pico ansiábamos la llegada a la meseta que estabilizaría la situación. Luego el ciclo se repetiría hasta cuatro veces, con picos cada vez más aplanados por efecto de las vacunas y/o de la propia mente juguetona del virus, que seguía moviendo sus fichas: mutaciones, variantes, fintas. La paralela relajación de las autoridades sanitarias y de la población ha llevado a una nueva meseta con un nivel de contagios y muertes asumido, cada vez más parecido a la interminable batalla de trincheras de la Gran Guerra. A la épica de lucha ha sucedido una falsa resignación social, en la que vagamos desfondados por las lomas de la meseta a la espera de que el cansancio ponga fin un día a las hostilidades (como en la Gran Guerra) y llegue el armisticio. En ese tedioso cenagal en que apenas pasa nada puede pasar cualquier cosa.