A lo largo de una vida de duración media, existen abundantes periodos que nos llevan en volandas a navegar por fases aleatorias de felicidad y de zozobra; un par de impostores que, lejos de engañarnos, pueden servirnos para realizar introspecciones a nosotros mismos que nos permitan conocernos realmente. Algo que, a veces, resulta trabajoso y frustrante, por lo que muchos tratan de evitarlo entretenidos con otros quehaceres más mundanos que evitan pensar en exceso e, incluso, llegar a toparse con un enemigo en sí mismos.

En más de una ocasión, somos engullidos —además de por instantes de felicidad plena—, por etapas varias de ceguera, desazón y dudas. Transiciones en las que no sabemos hacia dónde ir y en las que carecemos de la energía necesaria para diseñar una estrategia que nos mantenga ilusionados.

Es en esos momentos cuando solemos aferramos a nuestros deseos con todas las fuerza de las que cada cual hagamos gala, para tratar de no desfallecer del todo. Los creyentes pedimos luz a nuestro Dios, mientras que los que no lo son, procuran a tientas encender la suya propia. Unos esperan un milagro, mientras que los otros aguardan un merecimiento que creen más que justo.

En ambos casos, se confía en que algo suceda que lo arregle todo, incluso aunque para poder reparar, antes haya sido necesario derrumbar y nos hayamos visto obligados a regresar al comienzo de una obra perdida de la que quizás nunca tuvimos verdadero control.

Porque, partiendo de la simple base de que ni siquiera somos dueños de nuestra propia salud, debemos ser muy conscientes de una efímera realidad que nos lleva inexorablemente a concluir que son muy pocas las cosas que están en nuestra mano y, muchas menos, las que dependen en exclusiva de nosotros.

Y, dicho esto, solamente nos queda aceptar y asumir que somos hojas al viento y que, especialmente en momentos de duda, dificultad o desilusión; es mejor no aventurarse a tomar decisiones importantes. Conviene esperar pacientemente a tocar fondo, aunque para ello antes haya que sufrir un poco.

Es importante que sepamos mantener el tipo durante los temporales que nos azoten y que procuremos no perder la esperanza de que todo puede enderezarse lentamente; pero también debemos intentar hacerlo con un margen de maniobra, porque es probable que aquello que anhelamos no salga tal y cómo nos gustaría; del mismo modo que hay que confiar en que, quizás, la manera deseada tampoco habría sido la más conveniente.

Y dicho esto y, a pesar de los malos momentos por los que tendremos que atravesar, será diferente hacerlo con la seguridad de que pase lo que pase será finalmente bueno para nosotros; que pensando que por el hecho de que las cosas no salgan como uno espera, automáticamente se convertirá en un desheredado de la fortuna.

En lo malo peleemos, bajemos expectativas, agudicemos nuestros ingenios. Volvámonos un poco estrategas y saquemos fuerzas de flaqueza para tratar de mantener el ánimo lo más elevado posible, aceptando designios y sin engañarnos… Y, en lo bueno, compartamos parte de nuestra bonanza, disfrutemos sin aspavientos y reinvirtamos la cosecha recogida en nuevas semillas que nos alejen progresivamente del peligro que suele representar nadar sin guardar la ropa o no tener una mullida cama sobre la que poder descansar.