Nuevo y efusivo saludo que les brindo en este último día del mes de julio. Estamos ya en el núcleo duro del verano, pasado el Día de Galicia y hasta el 15 de agosto, aproximadamente. Luego, como es tradicional, lo cotidiano irá adaptándose progresivamente a lo nuevo que vendrá, de cara ya a septiembre. Ya llegará. Pero ahora, como les digo, es tiempo de verano. Y, con él, su particular liturgia, sus modos y formas de vida.

Y, entre todo ello, el tampoco no menos habitual balance que los jefes de gobierno tienen por costumbre, desde hace un tiempo, esbozar antes de irse de vacaciones. Una visión particular, muy personal e intransferible, de lo que ha sido este período de sesiones en el Parlamento y este año, entendido de la forma académica, de verano a verano.

Pedro Sánchez no ha defraudado en tal intento, en la línea de tal tipo de ejercicios, los haga quien los haga. Nos ha contado que todo es fantástico, que las cosas son fenomenales y que, por si a alguien le cabe alguna duda, el artífice de todo ello es, ni más ni menos, él. Así como suena, sin paliativos ni medias tintas. Un balance, pues, de color de rosa. Aunque supongo que, al margen de los que diseñan tal instrumento de comunicación política, nadie en su sano juicio se lo creerá. Por lo menos así, en bloque y sin matices.

De todos modos, hay muchos elementos positivos que ha contado y que son, netamente, verdad. Otra cosa es que un Gobierno, por enésima vez, caiga en la trampa conceptual de otorgarse todo el mérito por ello, cuando la realidad es mucho más compleja. Un buen ejemplo de ello es el notable éxito, a día de hoy, de la política de vacunación en España. Tenemos que estar todos de acuerdo, porque es un hecho objetivo, en que somos el país europeo en cabeza en términos relativos y nos mantenemos en una muy buena posición cuando analizamos las cifras absolutas. Muy bien. Pero... ¿es al Gobierno de España al que hay que atribuir todo el mérito por ello? Pues... de eso nada. Ni la política de compra y negociación de los viales es obra solamente suya, ya que está coordinada por la Comisión Europea, ni la administración real de la vacuna tampoco, porque son las comunidades autónomas las que realizan este trabajo. Claro que hay que felicitarse, sin caer en la autocomplacencia, pero en conjunto, mucho más allá de Moncloa y sus inquilinos. Es un discurso maniqueo y poco creíble el decir que solamente uno de los actores en tal película es al que hay que colocar la medalla. Es una historia, sin duda, colectiva.

Hay más cosas de las que el Gobierno ha presumido en boca de su presidente, y que tampoco son únicamente consecuencia de sus gestiones. Del interesante nivel de crecimiento augurado, por cierto a partir de la caída más brutal en Europa por culpa de la pandemia. O de las cifras de empleo, donde el sector privado, por ejemplo, tiene también algo por lo que felicitarse, a pesar de que haya muchos nichos de negocio que aún sigan tocados. No quiere decir esto que haya que culpar al Gobierno y a su presidente por mandar un mensaje optimista y hasta por estar razonablemente ilusionados por algunas de las cosas que están pasando. No. Solo por la forma de decirlo y de colgarse absolutamente todas las medallas.

Hay otras cosas que están mal, que van mal y que irán peor. De eso no se habla nunca cuando se trata de vanagloriarse de lo bueno, sea por mérito propio o no. Pero esto lo hacen todos, con el consiguiente resultado de la desafección de la ciudadanía por la política y, sobre todo, por los políticos. De pérdida de la calidad democrática, por no haber un debate verdaderamente serio y orientado a resultados sobre el estado de las cosas. Y es que desde que los especialistas en marketing se colaron con peso en la cúpula de los partidos, muchos elementos de comunicación ya no responden a criterios ideológicos ni siquiera a los comunicativos en el estado más puro. Son para vender. Y, por supuesto, muchas veces para vender humo.

Ah, por cierto, de la desnortada oposición y su contrabalance casi ya ni hablamos. Porque si la acción comunicativa del Gobierno puede ser un poco extemporánea, impostada, superlativa y poco creíble, entonces la de los otros roza incluso el patetismo. Mala, con ganas. ¿Cuándo se empezará a hablar abiertamente en el Partido Popular de la escasa contribución de Casado y su equipo a un proyecto mínimamente creíble para los intereses de tal grupo humano y de su proyecto de país? Desde mi punto de vista, y quizá me equivoque, no queda mucho ya.