Escribió Ortega y Gasset en Cultura y Vida (en la obra El tema de nuestro tiempo) que “somos de una época en la medida en que nos sentimos capaces de aceptar su dilema y combatir desde uno de los bordes en la trinchera que ésta ha tajado”.

En cada época hubo con seguridad sus dilemas y sobre cuestiones filosóficamente muy trascendentes (en ese trabajo Ortega y Gasset contrapone “relativismo” y “racionalismo”). Pero pienso que también los hubo sobre otras cuestiones de menos enjundia, que, a pesar de ello, generaron sus propias trincheras y obligaron a posicionarse en alguno de los bordes desde donde combatir.

Uno de estos dilemas, que podríamos llamar menores, es el que nos invita a elegir entre el pensamiento heterogéneo o el homogéneo; o, si se prefiere, entre el pensamiento libre e independiente y el uniformado o políticamente correcto. Este es un dilema que me lleva preocupando desde mucho tiempo.

Así, en junio de 1981 en mi primer cuento, titulado Ahros, que era el nombre de mi perro de entonces, escribí: “Papá y mamá me dicen, Arhos, que la facultad más importante del hombre es la imaginación. Sin imaginación no hay creatividad, y sin creatividad se detienen la evolución y el progreso. La imaginación, Arhos, es la base de la personalidad y la personalidad es la esencia de la diferenciación. Bueno, papá dice de la heterogeneidad o algo así.

Mis padres dicen, Arhos, que estamos sufriendo un proceso constante de igualación a nivel intelectual. Me parece que esto quiere decir que los hombres nos parecemos cada vez más los unos a los otros. Y, a lo peor, los hombres son tan iguales, Arhos, porque ya no pueden decir ni pensar cosas diferentes.

Me dicen también, Arhos, que las personas que guían a la Humanidad tratan de resolver nuestros problemas contemplándonos como una gran masa social. Y esta manera de conducirnos ha llevado a prescindir del individuo singular. Me dicen, Arhos, que se está matando al hombre en sacrificio de todos los hombres”.

De nuevo, el 26 de abril de 2008 publiqué en La Voz de Galicia un artículo titulado La ajenidad del propio pensamiento en el que decía: “el título de la presente reflexión puede parecer paradójico, porque ajenidad significa ‘cualidad de ajeno’ y ajeno quiere decir ‘perteneciente a otra persona”. Por eso, hablar de un pensamiento que es, al mismo tiempo, propio y ajeno, envuelve aparentemente una contradicción. Sin embargo, a poco que se reflexione sobre el modo en que una gran parte de los ciudadanos forma actualmente su pensamiento, se verá cómo la ajenidad es uno de los rasgos más caracterizadores del pensamiento de nuestros días.

El fenómeno —añadía— no es enteramente nuevo, pero actualmente se presenta con ciertas peculiaridades. En efecto, en la lección Cambio y crisis, que forma parte de su obra En torno a Galileo, Ortega y Gasset escribía en 1933: “Mis opiniones consisten en repetir lo que oigo a otros. Pero ¿quién es ese o esos otros a quienes encargo ser yo?… ¿Quién es el sujeto responsable de ese decir social, el sujeto impersonal del ‘se dice’? ¡Ah!, pues? la gente”. Y concluye: “Y al vivir yo de lo que se dice y llenar con ello mi vida he sustituido el yo mismo que soy en mi soledad por el yo-gente”. Hoy seguimos sustituyendo nuestro yo por ese otro sujeto impersonal que es el yo social, pero este, más que un yo gente, como decía Ortega, es un yo medios, caracterizado, al menos, por dos singularidades.

La primera es de tipo cuantitativo. La cada vez más creciente e imparable extensión del conocimiento entre las distintas capas de nuestra sociedad hace que hoy el número de los ciudadanos opinantes sea mucho mayor que en 1933, cuando el pensamiento supuestamente informado estaba en manos de unos pocos.

La segunda tiene que ver con el modo en que elaboran su pensamiento ese número elevado de opinantes. Los medios de comunicación están hoy tan presentes en nuestras vidas que más que oír o ver sus mensajes los respiramos, sobre todo los que aportan opinión. Actualmente los medios de comunicación audiovisuales, además de ser creadores de opinión, son sobre todo potentes amplificadores de la opinión creada, hasta tal punto que hoy son los medios y no la gente esos “otros a quienes encargo ser yo”. Lo malo es que la opinión de los medios es, por lo general, demasiado sintética: se simplifica el mensaje para que pueda ser fácilmente retenido; muchas veces es poco fundamentada: se opina a la ligera por quienes no son expertos; y casi siempre exenta de neutralidad: los medios son instrumentos al servicio de otro que es el verdadero opinante y que no suele manifestarse al exterior”.

Finalmente, la ajenidad del propio pensamiento fue una de los rasgos, junto con otros dos (a saber: “ser espectador” y “pensar apenas en la soledad del largo vivir”), con los que caractericé “al hombre de hoy” en una Tercera de ABC que publiqué el 21 de octubre de 2010.

Pues bien, ese dilema que ya me preocupaba hace 40 años, parece haberse agravado. Y es que, desde entonces hasta hoy, han surgido y se han desarrollado vertiginosamente unos medios de transmisión del pensamiento, las redes sociales, en las que cualquiera puede expresar lo que quiera y sin necesidad identificarse. Lo cual está ocasionando una especie de “compulsión” por parte de los furibundos guardianes pretorianos de la red que atacan e insultan a todos aquellos que tienen la osadía de expresar un pensamiento independiente y heterogéneo.

Visto todo lo que antecede es claro que uno de los dilemas de nuestra época es la disyuntiva sobre individualidad u homogeneidad del pensamiento y lo es también que yo personalmente soy un hombre de mi época que acepta el dilema y está sin el menor ápice de duda en el borde de la trinchera de la heterogeneidad.