¡Oiga!... Sí, sí, usted... Hola... Dígame, por favor, una cosa... ¿de verdad es ya 25 de agosto? ¿Sí? Pues vaya... Ya ven cómo va esto de rápido. Un día inauguramos el verano y otro, ¡hala!, septiembre se pone a llamar casi a la puerta. Y de ahí a la Navidad, lo que les digo siempre, no queda nada...

En fin, pero no crean que esto me pone triste. A mí el verano ya saben que es la estación que menos me gusta. Y otoño, probablemente, la que más. Sí, y la primavera. O el invierno. Todas, porque en realidad la estación del verano me agrada también, mientras las temperaturas no se muevan demasiado hacia valores insoportables. Lo que me gusta menos son los modos propios del verano, por una parte, y la mudanza de los lugares de alta densidad humana. Dicho de otro modo, que elegí vivir en un lugar tranquilo, privándome de las oportunidades a todos los niveles de las grandes capitales. Y, por ende, cuando las mismas expelen a buena parte de su población, y en tu lugar habitual de residencia muchas de las tareas cotidianas son imposibles de realizar, mientras miles de personas lo llenan todo, con docenas de ellas dedicándose a hacer barullo con motos de agua, por ejemplo, u otros montando una fiesta rave con sonido cuadrafónico en el medio del mar, pues... Lo respeto todo, claro está, pero tengo derecho a que no me guste, ¿no? Pues es lo único que digo.

Les hablaba el otro día de las furgonetas, y del impacto de un nuevo tipo de turismo, incontrolado, en entornos sensibles. Lo he vuelto a constatar. Y, a partir de ahí, más cosas. Por ejemplo, el cambio de uso generalizado de recursos escasos. Imagínense que en una playa nudista, de las pocas que hay, todo se empieza a llenar de cometas y de velas de surf. A lo mejor, con los años y el fuerte incremento de esta actividad en cada estío, el uso inicial de la misma queda un tanto desdibujado, o hasta es imposible bañarse, por la concentración de cometas, velas y tablas... Sobre todo ello creo que es bueno intervenir, porque playas hay “dabondo”, y por espacio no será. Pero... no vale que los cambios se produzcan a partir de la presión que cada cual, personas o colectivos, puedan o quieran ejercer. Habrá que pensar las cosas. Se llama planificación.

El tema que les traigo hoy, el lamentable estado del Mar Menor, tiene mucho de falta de planificación y, por otra parte, de presión desde intereses particulares. Hablaré de ello pero... antes respóndanme, por favor, una pregunta. ¿Por qué hay un determinado perfil de político que trata de dar carpetazo a las crisis ambientales marinas bañándose en las aguas en cuestión? Lo hizo Fraga en Palomares y ahora, por lo que se ve, alguno anuncia que Casado terminará yendo allí, y tomar un baño, para resaltar las bondades del maltrecho mar murciano... Acaso, ¿que maltraten menos o más su cuerpo bañándose en según qué sitios cambiará algo la realidad?

El Mar Menor firmó la primera parte de su sentencia de muerte cuando la altísima especulación urbanística en la zona llevó a La Manga -una manga de arena, literalmente, sensible y de alto valor ecológico- a niveles de urbanización máximos. Estuve allí hace unos años, en casa de mis tíos, y... me horrorizó lo que vi. Evidentemente, el entorno vale mucho la pena. Pero lo que sobre el mismo se perpetró -nótese el matiz contenido en el verbo elegido- lo desgració todo. Ellos son unos privilegiados, porque también viven allí el resto del año y, como yo, supongo que aspiran a disfrutar un poquito más en su lugar de residencia en aquel momento en el que la marabunta vuelve al espejismo del polvo yermo de la gran capital. Pero, en verano, aquello es para mí insufrible. Horroroso.

Hay una segunda parte en el golpe mortal al Mar Menor, y no tiene nada que ver con la simplicidad de lo que Casado dice de “parar los vertidos”... Es que es un poco más complejo... No se trata de que haya tuberías que tiren porquerías al Mar, que seguro que también existen. La propia existencia de una agricultura megaintensiva en la zona, cuyos lixiviados van -de múltiples maneras- a parar a tal masa de agua que constituye el mayor lago salado de Europa, es el origen del problema. No se trata de que haya “malos” que incumplen, que como digo seguramente también, sino de que el modelo agroindustrial de la zona -impresionante, porque la huerta murciana es algo digno de ver por sus números con perspectiva económica- es muy poco compatible con la protección del Mar Menor y sus aledaños, por cierto amparado todo ello por Naciones Unidas como Zona Especialmente Protegida, según el Convenio de Barcelona.

No, no es “parar y ya está”. No es el simpático y hasta histriónico “si me queréis, irse” de aquella boda tan mediática... No. Es un colapso medioambiental en toda regla por el conflicto entre el uso agroindustrial intensivo, con toda su parafernalia fitoquímica asociada, y la Naturaleza pura y dura. Y es que un lago salado de las características del Mar Menor, con poca profundidad, alta insolación y bastante desconectado de otros reservorios, es muy sensible a cambios físicos, químicos y biológicos. Los aportes de los lixiviados y el resultado de la actividad humana, a la escala a la que se producen, son letales para la vida que, por lo que me cuentan, hubo allí no hace tanto...

Una pena, que puede tener marcha atrás. Pero no por un baño de alguien más o menos público, dos o tres fotos o incluso porque esto sea portada durante una semana. No. La marcha atrás implicará renuncias, problemas, cambios de modelo, nuevas ideas y formas y... toneladas de consenso. Ah, y un empuje coordinado entre la miríada de niveles administrativos de este país, sin espacio para la tontería, el electoralismo y la búsqueda de la oportunidad. Porque lo que pasa ahí es diáfano, amigos y amigas, desde los ojos de la ciencia.