Buen día, señoras y señores. Y sí... ya es septiembre. Y a pesar de que haya quien quiera seguir haciendo el agosto —que este año fue bien cumplido— habrá que ir no bajando la persiana, pero sí intentando adaptar la expectativa de cada uno a los mimbres que aporta esta nueva época del año. Y es que si no, la gallina de los huevos de oro puede que se agote, ¿saben? Morir de éxito es, al fin y al cabo, una forma más de morir. Y pretender vender algo diferente jugando al “cuánto más masivo, mejor”, acaba pasando factura.

En fin, eso, que en Galicia nos merecemos por fin un poquito de tranquilidad. Y, si queda algún día de playa, que sea para disfrutarlo de forma más íntima y relajada, y no en medio de un bullicio que, por exagerado, termina cargándose tal disfrute. No se me alporicen, no, que aquí de turismofobia hay poco. Pero sí de racionalizar, saber pisar el freno y el acelerador, y de que las cosas no se desmadren... Porque, sin orden, es la jungla. Y en la jungla siempre perdemos todos.

Bueno, ya tocaremos esto otro día. El caso es que hoy quiero contarles mi epopeya reciente con una compañía de seguros, de esas importantes y que se anuncian por la tele, pero que ejerce aquello tan castizo de que del dicho, al hecho, va un trecho en cuanto a cuidar... Pues eso, porque como me quiera sentir seguro con ellos...

En casa entró algo de agua a través de una ventana de esas inclinadas en la cubierta, y la pintura de la zona quedó dañada. Poca cosa, no crean. Llamé a la compañía con la que tengo contratado el seguro de hogar y, raudos, mandaron a un perito a evaluar la cosa. Le enseñé los desperfectos y, tal como les había indicado también por teléfono, también otros detalles de pintura causados por agua que se fue filtrando desde la fachada. Me dijeron que se hacían cargo de todo, pero que antes debía reparar la causa de los daños. Quedé de avisar cuando tal cosa estuviese hecha.

Nos metimos en una obra potente, después de pedir la reglamentaria licencia municipal. Consistió en repasar toda la fachada, lavándola, sellándola y pintándola de nuevo. Aprovechamos para hacer lo propio con la cubierta, que también había originado alguna pequeña filtración. Algo que cada diez o quince años es absolutamente normal. Después volví a llamar al perito, que recordaba perfectamente su visita. “Llego al despacho, miro el expediente y ya hablamos...”. Muy bien. Lo siguiente fue un correo electrónico de dos líneas, o algo menos. “Revisado el expediente, los desperfectos aludidos no están incluidos en la póliza”. “Tarde piache...”

En ese momento nos cruzamos cuatro o cinco correos más. “Mire, que tanto por teléfono como usted mismo dijeron que no había problema”... “Ya, pero en la póliza no figura... “ Bla, bla, bla... Todo para terminar aseverando que las filtraciones de agua de lluvia solamente están contempladas por el seguro a partir de los cuarenta litros recogidos por metro cuadrado y hora... Respondo yo: “Hombre, me parece mucho eso, pero quizá sea así, porque hubo días de lluvia muy intensa, que quizá fue lo que originó la filtración por la ventana en el bajo cubierta”. Y aquí el quid de la cuestión: el perito, circunspecto él, afirma: “No, eso no es posible, eso no se ha producido NUNCA en la zona (sic) desde que hay registros de la AEMET”.

Es entonces cuando se te queda cara de tonto. Tu seguro pone una condición en la letra pequeña que implica que, para que se hagan cargo, ha de pasar algo que nunca ocurre. Y, entonces, ¿por qué en un principio este técnico dijo que sí? ¿Para qué asegurar? ¿Para pagar anualmente algo que no es barato, y enriquecer directamente a quien dice que protege, pero no lo hace? Porque, en una casa y en Galicia, lo normal es que la humedad produzca algún pequeño desperfecto, prácticamente sin importancia. Si eso no lo cubres, o lo haces en condiciones verdaderamente excepcionales... ¿Bale la pena? ¡Estamos hablando de cuarenta litros por metro cuadrado y hora, un gran temporal!

Miren, no es por el dinero, porque la reparación de tales desperfectos no costará prácticamente nada. Es por la guinda en un pastel que podría ser titulado “balones fuera”. Es la sensación de estar siendo tratado mal, pagando año tras año la prima, sin apenas retorno. Y de cierta impunidad en el sector. Porque, si no te gusta lo que te dicen, siempre puedes demandar... Pero ya se sabe que no compensa... Ni material ni, por supuesto, en lo tocante a lo emocional. Mejor mirar para otro lado y... Huir de ellos cuando se pueda.

Cuídense. Buen septiembre. Nos vamos viendo en esta nueva temporada que, sin solución de continuidad, comenzamos... Y que no les pille una de esas descargas de lluvia de 40 litros por metro cuadrado y hora. ¡Malo será!