Pues lo dicho, queridos y queridas. El calendario avanza y la compleja y pesada maquinaria del comienzo de casi todo va engrasándose y, al principio lentamente, comenzando a girar. Los colegios, institutos y universidades calientan motores, en las empresas casi todo el mundo está de vuelta ya, mirando a los retos para el próximo año, y en diferentes instituciones se suceden actos formales, discursos, buenos deseos y eventos que, de una u otra manera, suponen la vuelta a un nuevo ciclo. Porque, por mucho que el año comience en enero, septiembre es el momento en el que —al menos aquí— todo se renueva. Y en esas estamos…

Una de las instituciones que, como todos los años, se pone de largo en estos días para escenificar el nuevo inicio de curso es el Poder Judicial. Pero el suyo no fue un acto amable o alegre, dentro de la formalidad y el poco margen que dejan para ello este tipo de actos. No, el que nos ofrecieron desde tal instancia, uno de los pilares de cualquier estado democrático, no estaba exento de amargura. Incluso de súplica, en boca de su presidente. Y es que el suyo fue un verdadero grito, dirigido a aquellos actores que pueden cambiar la situación de enquistamiento y provisionalidad en que se encuentra sumido tal poder desde hace tiempo. Y estos no son otros que nuestros principales partidos políticos.

La situación es insostenible. La Constitución habla de la responsabilidad de las cámaras legislativas en la renovación de la estructura del Consejo General del Poder Judicial. Y estas, a día de hoy, no saben ni contestan, más de mil días después de la caducidad de los mandatos. Están al albur de lo que los partidos, esas estructuras de las que todo proviene en democracia, se pronuncien. Y no lo harán, no, mirando al bien común o a la estricta legalidad que dictamina que la renovación del órgano se tendría que haber producido en tiempo y hora. No. Lo harán enfocando tal cuestión directamente a su ombligo. O, lo que es lo mismo, a sus intereses. A aquellos que les dictan decir una cosa cuando son mayoría y otra cuando no, en función de la capacidad de maniobra en tales cuestiones, habida cuenta de las importantes cuitas judiciales que quedan por dirimir en este país.

Miren, estos días se pueden leer innumerables artículos criticando a unos (partido en el Gobierno) o a otros (principal partido de la oposición) en función de las ideas de cada cual, o de —volvemos al tema— sus intereses. Aquí no encontrarán ustedes esto, porque es evidente que si los dos partidos principales de este país fuesen capaces de ponerse de acuerdo, podrían acometer la renovación de tal institución, al sumar la mayoría necesaria. Y también está claro que unos y otros tienen ahora la obligación de hacerlo, por el bien común. Tendrán que perder un poco los dos, para ganar todos. Y esto es urgente e inaplazable. Porque el daño que se le está haciendo a las instituciones y, por extensión, a la democracia, es muy importante. Pero bueno, teniendo en cuenta cuál es el estado de la misma a estas alturas, con zarpazos, tajadas, escándalos y miserias varias en absolutamente todas las instituciones, la pobre ha quedado definitivamente tocada ya no para la ciudadanía, sino también más allá de nuestras fronteras, diga lo que diga la propaganda oficial.

Por eso Casado y Sánchez tienen que hablar. Dejarse de miramientos, y actuar. Ponerse de acuerdo. Buscar los puntos comunes para abordar tal renovación, y seguramente para volver a fórmulas anteriores que alineen más la cuestión de la renovación en el supremo órgano de los jueces con lo que se hace en el resto de Europa, de una forma más técnica y quirúrgica, y menos mediatizada por la política. Si ellos lo hacen, darán la talla. Y si no lo hacen, volverán a mostrarnos las costuras de una retórica no sustentada por los hechos. O, lo que es lo mismo, de la más pura palabrería. Y es que si el CGPJ no vuelve a la normalidad por la inacción o las zancadillas de sus respectivos partidos, el fracaso será enorme en términos de normalidad democrática. Y, sin duda, solamente a ellos imputable.

Y, aviso a navegantes, un planteamiento de este tipo no es mera equidistancia. Porque ambos partidos, cada uno con diferente intensidad en cada momento, según su estrategia, tienen responsabilidades en ello, y la hemeroteca lo acredita. Y a los dos se puede achacar la situación creada. Los dos tienen, sin embargo, suficientes mimbres para, si abordan la cuestión de forma proactiva, sincera y constructiva, poner al otro contra las cuerdas y obligarle a ceder, so pena de quedar retratado indeleblemente de otra manera ante la opinión pública. ¿Lo harán? Pues a ver si es una de las ansiadas novedades que nos trae este septiembre…