¿Qué tal están ustedes? Se les saluda de nuevo, en este día ya casi a caballo entre la primera y la segunda mitad de septiembre. Lo que les digo siempre, que en nada volvemos a las uvas, al ritual de inicio de un nuevo año. Y es que el tiempo vuela, ¿no?

Y, si no, que se lo digan a los que viven la política no como un tiempo de servicio con fecha de caducidad, sino de elección en elección y vuelta a por un nuevo ciclo, apostando todas las cartas de su futuro personal a dicha actividad. Ahí el tiempo todavía es más efímero. Porque, aún existiendo un marco estable de cambio o renovación cada cuatro años, en realidad tal perspectiva temporal es mucho más corta. Y es que, si se suma el tiempo de empezar a situarse con aquel en que, de nuevo, todo se vuelve a medir en clave electoral por la llegada de una nueva cita con las urnas, los cuatro años se acortan mucho para un político, quedándose en bastante menos. Esa es una de las razones por las que el cortoplacismo es uno de los ingredientes habituales en las decisiones de gobernantes de todo signo. Y es que, o te traes ya tú incorporada la mentalidad más estratégica y orientada a lo verdaderamente importante, por delante de lo urgente, o el día a día y los envites de la actualidad te llevarán indefectiblemente a un ejercicio de supervivencia con la vista puesta demasiado en el presente.

Escribo estas líneas, sin embargo, porque me da la impresión de que por primera vez en mucho tiempo atisbo algo así como un proyecto donde se nota menos esa deriva, y siento que puede haber un resquicio de esperanza, hablando en clave de Galicia, y viendo el triste panorama público a nuestro alrededor. Nunca hablo de siglas concretas, ya lo saben, porque me interesa poco la política de partido, y soy alma libre para tomar aquello con lo que concuerdo de cada uno, sin tener que dar explicaciones a ninguna disciplina en particular. Pero esta vez, al detectar algo más que un producto de una campaña mediática, o mero “sucursalismo” central, les contaré mis impresiones al respecto.

Miren, a bocajarro: creo que Ana Pontón, y su órdago de hace unos días al conjunto de su agrupación, el BNG, va por buen camino. ¿En qué sentido? En que creo que ella es consciente de que la única posibilidad que tiene ese complejo conglomerado de sensibilidades y tendencias de llegar a gobernar algún día, es la de ampliar mucho su base social. Y, visto cómo están las cosas, me da en la nariz que puede tener mucho potencial recorrido para ello. O, dicho de otro modo, que puede aglutinar el voto de muchos de nuestros conciudadanos y conciudadanas que, hartos de la comunicación y el mero marketing por encima de los resultados y la formulación real de alternativas —los actuales—, y escépticos con la capacidad de los líderes del otro partido de la oposición para mucho más que avanzar en “liortas intestinas”, busquen una opción “galega” y orientada a resultados.

Sí, ya sé que tampoco sería un referente su formación, por lo vivido en tiempos pasados, en la no existencia en la misma de egos, o noches de los cristales rotos. Sin embargo, la actual número uno ha sabido navegar por tales turbias aguas, cosechar una credibilidad creo que más que interesante y, lo mejor, poder remontar los resultados electorales de una opción antes casi desahuciada, y que últimamente ha hecho un buen papel, escalando hasta ser la principal alternativa en la oposición. Si a eso sumamos que en el BNG existen cuadros profesionales de contrastada valía, y que es indudable su orientación a Galicia y a los intereses de por aquí, tantas veces tan depauperados y lastimados, las cartas de presentación de esta candidatura pueden ser verdaderamente potentes. Ilusionantes, incluso.

La clave, para mí, es la que antes decía, y que fue esbozada por la cabeza visible del Bloque, con la que coincidí en el pasado, de vez en cuando, en una tertulia de radio mañanera: la ampliación de la base social, la confianza por parte de personas que, no necesariamente nacionalistas, vean en la organización una herramienta útil para pelear por los intereses de Galicia, en un contexto convulso, una España compleja y que rema a diferentes velocidades y en distintas direcciones, y partidos nacionales que, francamente, no presentan soluciones atractivas y diferenciadas para esta comunidad autónoma. Me parece que su golpe en la mesa, o su reflexión pausada, esconde una pregunta que no es retórica: ¿Puede el BNG convertirse en esa opción progresista pero más centrada, que responda a los intereses de una Galicia moderna, aglutinando mucho más que a su base tradicional? Quizá sí, viendo la no consolidación de una posible opción galeguista y de centro, en la línea que funcionó en otras comunidades. Sí, creo que el BNG, en su espacio, puede evolucionar para ocupar buena parte de ese nicho aglutinador en Galicia. Pero, para eso, Ana Pontón debería preguntarle primero al BNG si quiere ser realmente una organización que dé un paso de esa índole. Si se animan a ello, creo que podrían hacerle un gran favor a Galicia.