Nada hay más esencial para un presente y un futuro mejor, que una buena educación. Sin la enseñanza nada es posible. Nada contribuye más a generar una sociedad libre, plural, integradora y próspera. Porque resulta fundamental para perpetuar el conocimiento y contribuir a esos fines, abochorna el tejemaneje político de estratagemas por aquí y por allá en torno al modelo educativo para destrozar al enemigo sin sentar de una vez por todas, desde el consenso, las bases para contribuir a mejorar el sistema en beneficio de todos. El tacticismo y los intereses partidistas monopolizan las disputas. A derecha e izquierda no hay inocentes. Y así seguimos, en el politiqueo, en la inestabilidad permanente, de bandazo en bandazo, de ley en ley, cosiendo y descosiendo, como si de un juego de la oca se tratase.

Esta forma de actuar resulta agotadora, improductiva y carece ya de recorrido. Las urgencias, de calado, son otras bien distintas. La de la educación, fundamental, es una de ellas. Pero como quien oye llover, así proseguimos, arrastrando las carencias sin ponerle el remedio definitivo.

La pandemia nos ha sacudido con una virulencia inédita. Ha afectado a la ciudadanía de una forma brutal. Miles de personas han muerto. Ha condicionado nuestra vida familiar, laboral, social, económica... Ha sacudido los cimientos de una sociedad que no estaba preparada para hacer frente a este tsunami sin precedentes. Pero, con aciertos y errores, lo hemos sabido afrontar con determinación y serenidad. Los sanitarios nos han dado un ejemplo extraordinario, al igual que los profesores y docentes. En las peores circunstancias han aportado lo mejor de sí mismos. Y la sociedad debe estarles por siempre agradecidos. Sin su empeño, compromiso y entrega, todo hubiera sido muchísimo más difícil. Y es de justicia reconocer que los escolares también han estado a la altura. En los peores momentos la comunidad educativa se ha mostrado ejemplar.

Esta crisis devastadora debería también incitar a otros comportamientos colaborativos en el plano colectivo pero sobre todo político. Debería ser el acelerador de las reformas pendientes, pero no acabamos de ponerlas en marcha. Nuestro país lleva décadas retardando cambios profundos económicos y sociales para solventar algunos de los problemas estructurales que lastran su despegue. La enseñanza es una reforma prioritaria para afrontar las transformaciones que se necesitan. Sin embargo, este país, como si nunca arrancara las hojas del calendario, sigue arrastrando sus mismas pesadas cadenas de siglo en siglo.

El desafío para la recuperación es pedagógico además de sanitario y económico. Pocos momentos tan propicios como este podrán hallar los políticos para plantearse una reforma radical que siente las bases de la prosperidad de la nación y la estabilidad del sistema educativo por muchas décadas. Pero no aprendemos la lección.

Los políticos se aprestan a repartir el “maná” de la financiación que llegará de Europa para ayudar a la reconstrucción. Ninguno pensó en destinar siquiera una parte a la enseñanza como destino. En la docencia, en la buena educación y formación, está la base de la verdadera riqueza del mañana. Pero continuamos con el vuelo corto, cuando su mejora debiera ser una prioridad, el auténtico reto por delante en el que nos lo jugamos todo.

El objetivo de la educación es contribuir a forjar una sociedad con mayor conocimiento, libre, tolerante, abierta, diversa, independiente, crítica, solidaria, mejor preparada, que persiga el progreso, que aprecie y trabaje en pos de la sostenibilidad. Que sepa escuchar, respetar y valorar al otro, aunque discrepe de sus ideas. Y esa sociedad está hoy en gran medida sentada en las aulas. Es, pues, una responsabilidad de madres, padres, docentes y ciudadanos en general. Y, por supuesto, de nuestros gobernantes. Del conjunto de las administraciones. Es un compromiso colectivo que deberíamos renovar cada día. Todos; sin excepciones, sin exclusiones.

Es momento de aprovechar la situación para dar un salto de calidad. No hay futuro sin pensar en la escuela, sin el afán de estudiar y el esfuerzo de enseñar. O nos reformamos para una formación integral, gastar menos en lo superfluo para destinarlo a lo esencial, cultivarnos mejor intelectualmente y producir más, o el padecimiento actual parecerá nimio comparado al que nos espera. Aprestémonos a corregir las imperfecciones del sistema educativo, acabar con su burocratización y poner fin a sus carencias y disfunciones para abrir paso a una esplendorosa etapa educativa y creadora.