Hace unos días tuve el privilegio de disfrutar, en compañía de unos cuantos amigos, de una velada en la que intervino el reconocido cantautor Amancio Prada. Su brillante actuación, además de un deleite para todos los que amamos la música, supuso también una verdadera clase de literatura, en la que, leyendo en prosa y cantando en verso, nos recordó obras de dos de los más grandes poetas españoles: Rosalía de Castro y Federico García Lorca. Y todo ello con Galicia como trasfondo.

De Rosalía de Castro, nos leyó, con la pausa propia de quien domina la escena, un artículo publicado en 1860 que decía “Solo cantos de independencia y libertad ha balbuceado mi labio aunque a mi alrededor hubiese sentido, desde la cuna ya, el ruido de las cadenas que debían aprisionarme para siempre, porque el patrimonio de la mujer son los grillos de la esclavitud. Yo, sin embargo, soy libre, libre como los pájaros, como las brisas, como los árabes en el desierto y el pirata en el mar. Libre es mi corazón, libre mi alma, y libre mi pensamiento que se alza hasta el cielo, y desciende hasta la tierra, soberbio como Luzbel, y dulce como una esperanza. Cuando los Señores de la tierra me amenazan con una mirada, o quieren manchar mi frente con una mancha de oprobio, yo me río como ellos se ríen, y hago, en apariencia, mi iniquidad más grande que su iniquidad. En el fondo, no obstante, mi corazón es bueno, pero no acato los mandatos de mis iguales y creo que su hechura es igual a mi hechura, y que su carne es igual a mi carne. Yo soy libre. Nada puede contener la marcha de mis pensamientos, y ellos son la ley que rige mi destino”.

Cuando leí días más tarde y con detenimiento este bello canto a la libertad, me sugirieron varias reflexiones. Es la primera determinar a qué tipo de libertad se refería la autora. No parecía aludir a las indispensables libertades políticas (libertad de opinión, de expresión, de asociación, de sindicación, de educación, religiosa, etc.), sino a la más íntima y fundamental de todas las libertades del ser humano que es la libertad del espíritu. Así induce a creerlo las libertades con las que compara la que ella siente: la de los pájaros, la de las brisas, la de los árabes en el desierto y la del pirata en el mar. Y es que todo parece indicar que la situación que da por superada nuestra genial poetisa es la de la atmósfera social que la asfixiaba entonces por su condición de mujer (“el patrimonio de la mujer son los grillos de la esclavitud”, nos dice).

Otra consideración que se desprende del pensamiento expresado por Rosalía es que no trata de reclamar una libertad que no tiene y que lucha por conseguir. Antes al contrario, lo que hace es proclamarla: declarar públicamente que ella está investida de esa condición espiritual. Y lo hace desde una posición de igualdad con los varones: “Creo que su hechura es igual a mi hechura, y que su carne es igual a mi carne”. Y desde su legítimo orgullo por su condición de mujer: “cuando los Señores de la tierra me amenazan con una mirada, o quieren manchar mi frente con una mancha de oprobio, yo me río como ellos se ríen, y hago, en apariencia, mi iniquidad más grande que su iniquidad”, escribe en otro pasaje del artículo.

Finalmente, la libertad de su pensamiento, así entendida, sin sometimiento a otras ideas, provengan de donde provengan, ya sea de mujer o varón, es incontenible, irreprimible, y es la única ley que guía su conducta.

En otro de los grandes momentos de su intervención, Amancio Prada interpretó el poema dedicado por Federico García Lorca a Rosalía que él mismo había musicado y que reproduzco seguidamente, que me parece de una belleza indiscutible.

Desde las entrañas de la Andalucía,

mojados con sangre de mi corazón,

te mando a Galicia, dulce Rosalía,

claveles atados con rayos de sol.

Caigan los claveles en tu calavera

manchando su blanco marfil de pasión,

y hagan el efecto de una cabellera

con trenzas de sangre nevada de olor.

Llevan el rocío de mi madrugada

pondrán en tu cráneo vacío mi amor,

y en tus huesos tristes, rumor de Granada

llenando de estrellas la noche cerrada

que como ceniza de sombra quemada

cubre la covacha de tu panteón.

El clavel es alma de esta tierra fuerte

cubierta de olivos palmeras y al son

que el Mediterráneo sobre el campo vierte,

el clavel asoma rojo entre el verdor

cual copa imposible que beba la muerte,

levantando el alma latina hacia Dios.

Ya ves Rosalía que mando a tus mares

lo que en este campo es estrella flor.

Mándame tú en cambio rumor de pinares

ruido de rebaño que vuelve a sus lares,

y el panal meloso de gaita y cantares

que se oye en tus campos al primer albor.

Quiero que consueles mi vida exaltada

a tiempo mi alma perdió su pastor.

Quiero que me cuentes tu vieja tonada

a la orilla tibia del hogar sentada

por toda la gente sin pan que sufrió.

Quiero que lloremos la melancolía

que sobre nosotros el cielo dejó,

pues vamos cargados con cruz de poesía

y nadie que lleva esta cruz descansó.

Junto a los cipreses que rompen el cielo

saludo a los sauces que tiene Padrón.

Quiero que con estos claveles sangrientos

llegue a tu sepulcro mi llanto y mi voz.

¡Cuánto le debemos el resto de los ciudadanos a los creadores, como los tres aquí citados, que nos permiten pasar momentos de verdadero goce intelectual y consiguen que nuestro espíritu navegue por el firmamento!