Buen miércoles de otoño, amigos y amigas, penúltimo día de este mes de septiembre. Nuevo hito en nuestro particular periplo, en el que seguimos coincidiendo. ¿Novedades? Por aquí todo en orden, sin demasiados cambios. Poco a poco, sin prisas en revertir algunas de las costumbres de estos últimos meses. Pero, al tiempo, esperanzados con que las cosas puedan ir a mejor en lo tocante a la pandemia. Es fundamental entender que tal cosa depende de todos nosotros...

Hoy quiero hacerles una pregunta que suelo plantear a menudo, frecuentemente a bocajarro y sin demasiados miramientos. Con ello pretendo aprender sobre cuál es el nivel de conciencia sobre aspectos esenciales de la existencia, desprovistos de las vestiduras de años, siglos y hasta milenios de construcción de una realidad que llega hasta hoy, con ideas, prácticas, creencias y paradigmas que se producen, contradicen y cambian, en una hegeliana concatenación en el tiempo. Mi pregunta es con qué frecuencia se para usted a pensar en que somos criaturas que vivimos a bordo de una descomunal cuasiesfera, cuya corteza pivota sobre capas mucho más inestables, en movimiento, danzando por el Universo a una velocidad vertiginosa. ¿Son conscientes de ello, de tal levedad del ser? ¿Se dan cuenta de que, al margen de los convencionalismos y de las fórmulas adoptadas en cada cultura y sociedad, esa es una de las cuestiones más esenciales de nuestra propia existencia?

Y si les hago hoy esta pregunta es porque me maravilla que, hablando con algunas personas, les parezca tan extraño un fenómeno tan natural y tan presente en nuestros días como una erupción volcánica. Personas a las que la natural expresión de fenómenos bien conocidos y que tienen que ver con la tectónica de placas y la permanente creación y destrucción de material rocoso en bordes constructivos, tales como las dorsales oceánicas, les parece excepcional —tal y como me han transmitido— cuando es parte del día a día. Algo que, ciertamente, me choca, porque pensaba que era algo más interiorizado, y me he encontrado con que no... Pero no me interpreten mal... Me choca, pero cada uno es libre de pensar en lo que quiera. ¡Faltaría más!

En realidad yo voy más allá, y pienso cada día en lo maravilloso de existir en nuestro contexto. No solamente siendo conscientes de la realidad planetaria, sino llevándolo a cuestiones tan clásicas como quiénes somos, de dónde venimos, a dónde vamos y, en definitiva, por qué estamos aquí. Preguntas sin respuesta, obviamente, para las entendederas de cualquier ser inserto en esta realidad, pero cuya mera expresión dota de sentido al hecho de vivir. ¿No les parece maravilloso?

Dicen que la curiosidad mató al gato, pero no soy un felino, y por eso me permito que la misma alimente mi interés por permanecer atento a todo lo que me rodea. Así, mi continuo “¿Por qué?” no deja de ser una expresión de rebeldía frente a fórmulas creadas al margen del raciocinio, o a dogmas muchas veces presentes incluso en nuestros actos más cotidianos. Y es que vivimos en una sociedad con muchos lugares comunes, falta de cuestionamiento sobre aspectos elementales y poca estimulación del conocimiento “per se” que ilumine nuestra personal sed de respuestas. Impartiendo clases de asignaturas de ciencias, trato de transmitir a mi alumnado no fórmulas, recetas prácticas o verdades absolutas, sino sobre todo ganas por saber, capacidad de discernimiento y el fomentar la duda como forma de aprendizaje. Y es que demasiadas certezas dificultan la racionalidad y el pensamiento crítico. De la incertidumbre, desde el inicio de los tiempos, han surgido las más bellas construcciones teóricas y, también, las mejores aplicaciones de ellas. Dudar nos hace conocer más y, por supuesto, ser mucho más libres.

Por eso intento quedarme con lo esencial. Otras capas de la cebolla son más superficiales. No las denosto, pero no me parecen lo esencial. No las tendencias al uso, lo convenido o lo socialmente aprendido. Me interesa, sobre todo, aquello que dimana de nuestra propia realidad física, o de la propia esencia del ser. ¿Qué somos? Y, ¿por qué existimos? A mis chicos y chicas les explico, entre otras muchas cosas, el Big Bang, pero eso no deja de ser un hito en el camino. Y, como decía el Estagirita en el siglo IV antes de Cristo, tampoco podemos irnos al infinito preguntándonos qué hubo antes... ¿Hubo un Arjé? ¿Es verdaderamente el motor de todo?

En fin, amigos. Tampoco me hagan mucho caso. Esto es lo que da de sí una conversación a partir de algo tan inherente a nuestra propia realidad planetaria como una erupción volcánica, que ocurre todos los días en el planeta, en la dorsal oceánica o en las tierras emergidas, y que es parte del proceso de renovación de Gaia. Maravilloso, sí, y sobrecogedor, también, como cada uno de los mimbres de los que está compuesto nuestro entorno y nosotros mismos. Luego andamos maravillándonos por algo tan mundano como un teléfono móvil o un automóvil, cuando una mera mirada a nosotros mismos, como criaturas de un mundo bello y misterioso, nos ofrece una muchísimo mayor complejidad y belleza conceptual... Armonía esencial.