Nuevo día, periódico por estrenar y nueva oportunidad para saludarnos y seguir contándonos cosas que ocurren, y a las que procuramos mirar de forma orientada al bien común. Les saludo después de un inicio de semana un tanto particular, en el que quizá hayan tenido tiempo para descansar, o para recrearse, por ejemplo, en la contemplación de la estupenda naturaleza que nos rodea. En cualquier caso, independientemente de si han podido aprovechar el festivo o no, espero que estas hayan sido, de corazón, estupendas jornadas para ustedes.

A mí, si me preguntan, les diré que he tenido un buen rato para pasear por la playa y fundirme con el mar. Ese es, como saben, uno de mis lujos favoritos. Si, además, le hubiésemos puesto un poco de lluvia fina y el paseo hubiese evolucionado a una carrera generosa, ya sería el clímax. Pero, miren, uno no iba solo y a veces se tiene que plegar a las veleidades de los otros. Y, sí, sé por experiencia propia y abultada que es difícil conseguir el pleno de lo que se desea cuando tal momento es compartido con otras personas. Salvo que vaya solo, lo de correr bajo la lluvia en la playa con baño final en el mar se ha producido en muy contadas ocasiones. En compañía y en otoño o invierno, ha de ser un día en el que haga algo de sol, andando y… el que se baña soy solo yo. Ya ven. Pero, aún así, me quedo con esta última modalidad. Y es que ir acompañado por la vida, para mí, no tiene precio.

Todo esto que les cuento encaja naturalmente con el tema que les quería proponer, y que no es otro que el de la salud mental. Y, ¿por qué? Pues porque el abordaje de la patología mental ha sido en gran medida, y sigue siendo, una travesía en el desierto. Una experiencia de soledad de las familias, que a menudo cargan con las consecuencias de la deficiente situación de esta importantísima rama de la Medicina. No quiere decir esto, ni mucho menos, que no haya especialistas de primer nivel y algunos medios verdaderamente a la altura de las sociedades más avanzadas. Sí. Pero no llegan, y están muy lejos de que sea así. La consecuencia es que, superadas las fases agudas y pautada una medicación, las personas afectadas viven habitualmente en los domicilios familiares, donde en muchas ocasiones no se dan las circunstancias para su mejor cuidado.

Conocí esta situación en toda su crudeza, de primera mano, por diferentes razones, en mi escenario profesional de gestión en el ámbito social. Antes había tenido alguna experiencia, también profesional o de voluntariado, que me acercó al sector. Y pude entender que, con el desmantelamiento de los grandes centros asistenciales de antaño, aquellos hospitales psiquiátricos fruto de otra forma de entender la salud mental, quedó un enorme vacío. No porque haga yo ahora apología de aquellos centros donde muchas personas sufrieron, sino porque en muchas ocasiones se les mandó para casa sin alternativa. No hubo plan b. No se planificó otro modelo específico de atención a los casos crónicos. Y fueron las familias las que adoptaron el rol de cuidadores, apoyándose en los servicios de urgencias en caso de crisis, pero sin medios y sin centros especializados más allá de una atención al caso agudo.

Así fue como pude entender el drama para muchas familias. Recuerdo casos muy difíciles y complejos. Y muchos meten, directamente, miedo. Personas mayores, al límite de sus fuerzas, cuidando solas a hijos adultos. O familias —muchas veces una mujer sola— que imploraban un lugar donde se pudiese atender a sus hijos, adolescentes o jóvenes que les sacaban tres cabezas, cuya patología les llevaba a una conducta violenta y con altercados diarios. Todos ellos pedían algún tipo de ayuda. Lo hacían con lágrimas, explicando lo mucho que querían a sus familiares tan directos y, a la vez, diciendo que aquello no podía seguir así. Que terminarían mal. Y así fue en otros casos, alguno con enorme repercusión mediática. Un horror, les aseguro, muchas veces de baja intensidad, pero cotidiano, debido a la falta de esos recursos especializados en torno a un ámbito de la salud importante y claramente poco priorizado en nuestro país.

Ahora Sánchez anuncia un Plan de Salud Mental, en el escenario temporal 2021-2024. A priori es una buena noticia. Lo será para todos aquellos que sufren, directamente y en sus carnes, el estancamiento durante décadas de la atención a la salud mental en nuestro país. Es un comienzo. A partir de ahí los especialistas en la materia han de dirimir si lo que se haga es bueno, suficiente y bien dotado o no. En mi caso, mero testigo y cronista de las cosas, afirmo que es un melón que había que abrir, ya desde hace mucho tiempo. Parece que, con anuncio, ese paso se ha dado ya. Ahora… a por ello.