Francisco VI, un afamado duque francés que fue además de aristócrata, escritor, político y filósofo, decía que estábamos acostumbrados a disfrazarnos para los demás y que, al final, acabábamos disfrazándonos para nosotros mismos. En mi humilde opinión, es cierto que somos animales de costumbres y, es por ello, que muy posiblemente aprendamos a ser de un modo y después ya no sepamos ser de otro.

La cuestión que me invade, es si en ese afán por aparentar ser lo que en realidad no somos, perdemos nuestra verdadera esencia a base de practicar otra, o por el contrario la estructura será inamovible y nunca dejaremos de ser conscientes de qué parte ocupamos nosotros mismos y qué parte ocupa el disfraz.

Observo con estupor a una sociedad travestida en la que malotes de colegio disfrazan de superioridad su fragilidad, homosexuales que en ciertos casos travisten de amistad sus relaciones de amor, divorciados que disfrazan de resentimiento sus culpas, envidiosos que camuflan de enfados sus rabias hacia terceros, estúpidos que se jactan de inteligentes, fracasados que se enfundan disfraces de víctimas, sufridores que se ponen la careta de chistosos, pobres que se visten de ricos con el único afán de ser considerados por alguno de estos últimos, prepotentes travestidos bajo un disfraz de falsa y perversa modestia, amigos que son en realidad enemigos o familiares que no son más que parientes; componen a grandes rasgos un mundo en el que casi nadie es lo que parece.

Y en ese ambiente plagado de apariencias, cuesta horrores encontrar la transparencia. Personas que son lo que son sin artificios ni disfraces y simplemente porque, para mal o para bien, es lo que quieren ser. Y he ahí donde yo me encuentro y donde llevo una vida entera dando a trompicones en la búsqueda de personas afines de un pensamiento que, quizás, está basado en unos principios y valores que no me permiten esconder quien en realidad soy.

La escritura es un bálsamo reparador que desnuda a las personas y las muestra sin pudor en cueros. Entre las palabras, frases y líneas, escritor y lector se hermanan. Algunos de estos últimos son capaces de comprender lo que pienso, mientras que otros leen lo que quieren o interpretan lo que pueden. Pero es en el lector que comprende y comulga con el escritor, donde se encuentra la verdadera hermandad de las almas. Donde el yo pasa a ser nosotros, donde no hay escondite posible, donde los disfraces no tienen cabida. Es importante practicar deporte físico, pero les ruego encarecidamente que no se olviden del mental. Leer es conocer, es aprender, es evitar que nuestras mentes se atrofien con la mediocridad que nos rodea pero, sobre todo es hacer amigos despojados de artificios. Es encontrar almas gemelas en un mundo en el que la mayoría tiene pánico a dejarse ver.

Despójense de disfraces y sean ustedes mismos, bien educados, pero ustedes mismos. Con sus errores, con sus aciertos, con sus pasados erróneos o sus presentes confusos. Sean quienes son. Sean lo que sienten y no tengan miedo a mostrarlo con tacto y seguridad. No hay pasado sin cadáveres en el armario, ni presente sin confusiones; pero absolutamente todo lo vivido ayer y hoy, con exactitudes y con equivocaciones, no nos convierte en seres dignos de ser escondidos, sino en personas más que necesarias en una sociedad en la que la tendencia general es ir cada cual a lo suyo y tratar de esconder lo que somos, probablemente, por miedo a un rechazo que en realidad parte del que muchos individuos sienten por sí mismos.