Estimada señora magistrada: Hace tiempo ya que vengo observando que en su entorno profesional se cuelan ideas particulares, a veces incluso muy singulares, que no pertenecen a lo estrictamente jurídico. Y esto, en un desempeño que tiene tal trascendencia por las consecuencias para terceros de tales ideas, me parece grave. Muy grave. Porque fíjese, el otorgar o no la custodia de una criatura a uno de los que fueron cónyuges en una pareja rota va a determinar el futuro de cada uno de ellos y, especialmente, el del niño o la niña. Por eso el deslizar las ideas personales de uno en el proceso de dirimir tal cuestión debería estar, cuando menos, muy tasado. O, directamente, prohibido. Por eso me referiré a su calificativo de “Galicia profunda” en su reciente y polémica sentencia, independientemente de otros elementos contenidos en la misma y de su fundamentación y conclusiones.

Empiezo contándole que mi visión es distinta a la suya. Me explico. Marbella, para usted cosmopolita, representa para mí –con otro tópico– todo aquello que no quiero en mi vida. La ostentación, la querencia por el lujo, el mirar hacia los demás en vez de hacia el interior de uno. Y, mientras, la Ría de Muros-Noia me sugiere naturaleza y el sano ambiente de poblaciones sencillas donde muchos de los tics presentes en la tontería de otros no tienen cabida. Significa autenticidad. Tranquilidad. Un entorno donde la crianza de un rapaz o rapaza tiene muchos más visos de no terminar inmersa en los excesos que envuelven a la sofisticación de otras formas de vida. Diciendo esto, soy consciente de que equiparar Marbella con tales clichés no deja de ser una simplificación, ya que allá también hay personas equilibradas y fuera del envoltorio prefabricado que envuelve las vidas impostadas de otros muchos, pero... de esto último hay más por allá que en el entorno de Noia, ¿o no?

En cualquier caso, mis ideas son mis ideas, y no pasan de ahí. No determinarán la vida de nadie y no figurarán en la exposición de motivos de una sentencia. Yo creo que la vida en Marbella es mucho más tóxica que en poblaciones de lo que usted no tiene reparo en llamar “la Galicia profunda”. Créame que prefiero la Galicia profunda, y no la corrupción profunda, el urbanismo salvaje, las necesidades creadas y un modelo de superficial sociedad que, solamente con ver a quien atrae, nos da idea de sus mimbres…

¿Conoce usted tal “Galicia profunda” y sus valores? ¿Frecuenta usted, de verdad, zonas que son un verdadero pulmón para el cuerpo y para la mente, en medio de una sociedad desnortada cuyos máximos exponentes de frivolidad suelen estar más relacionados con el postureo, que con la vida tranquila de nuestra comunidad autónoma? ¿Sabe usted de la calidad de la enseñanza y de los procesos de aprendizaje en nuestras villas, pueblos y aldeas? ¿Tiene usted información fidedigna, más allá de la que le suene de oído, sobre la excelencia de nuestros hospitales, o de las condiciones socioeconómicas en nuestro rural? Sí, todo eso que usted presume que no tienen los niños de por aquí...

Señora jueza, no dudo de que usted será una persona culta. Pero yo también, y le aseguro que, en mi caso, echo de menos cada día vivir en un sitio aún más profundo que en el que moro, más apegado todavía a la Naturaleza y a la belleza natural, y menos a las impostadas y desnortadas capas de la cebolla con las que hemos dado al traste con nuestra sociedad. Si Marbella representa algo –y como le digo, no es bueno tomar la parte por el conjunto– es todo aquello de lo que me gustaría alejar a un vástago. Y si Galicia significa algo –y vuelve a ser una visión parcial, idílica e inexacta– es naturalidad, calidad y menos estridencia.

Es triste que a veces nos visiten gentes que piensen que han venido al lejano oeste, creyendo que hasta nos hacen un favor por conocernos y pasar un tiempo entre nosotros. Allá ellos. Pero es grave que tal superchería se cuele en un texto oficial, y que le hace flaco favor a la labor de la judicatura. ¿Sabe? Los niños más auténticos que yo he conocido, desde la profesión educativa, provienen de una Galicia mucho más profunda que a la que usted se refiere. De la montaña de Lugo y de zonas mucho más aisladas que la bella Ría a la que alude, y que dista poco de la admirada y cosmopolita Santiago de Compostela. Esos niños me han devuelto, con frecuencia, la esperanza y la confianza en la especie humana.

Como le digo, son mis ideas. Y ya está. Puedo tener las que tenga, pero no van a verse retratadas en algo tan serio como la decisión sobre una custodia. ¿Cómo es posible que las suyas, también particulares, sí? Ni toca ni procede. Podría desearle que siga usted disfrutando de Marbella, y pedirle que no se acerque a esta tierra profunda, telúrica y auténtica. Sin embargo, como no soy de esa pasta, me ofrezco para, algún día, mostrarle toda la belleza natural, las infraestructuras en todos los sentidos y la calidad de vida de una tierra que cada día se me antoja más fascinante, y en la que vivir no deja de ser un privilegio. Es mi vena didáctica y mi generosidad sincera. Va en serio.

Pues eso. Invitada queda a una tierra a la que el cambio climático no terminará de convertir en el medio plazo, indefectiblemente, en un secarral. Una tierra generosa y abierta, sencilla, que no es perfecta, pero donde creo que los niños crecen mejor que en entornos de mayor desigualdad, más alto nivel de delincuencia y felicidades fingidas en torno a la apariencia, tantas veces generadas en laboratorios de marketing.