Tengan ustedes muy buen día. Aquí estamos, con uno de esos temas que nos interesan y con el que queremos entrar en el sano ejercicio de contar algo, esperar su réplica y, juntos, enriquecer el bagaje colectivo. De esto se trata, ¿no? De conjugar, a partir de tesis y antítesis, una hegeliana síntesis. Y, a partir de ahí, de volver a empezar.

Hoy les propongo algo en el ámbito de la educación, a tenor de las noticias que van llegando sobre los parece que inminentes y extrañamente sobrevenidos cambios en lo tocante a la evaluación del alumnado y en la promoción de curso. No nos meteremos, pues, dejándolo para otro día, en muchas de las cuestiones mollares en tal ámbito. Hoy quiero abordar, simplemente, el hecho de la a mi juicio evidente improvisación en muchas de las decisiones que, desde la política, llegan a los claustros de profesores y, por ende, a las aulas. No hablaremos, pues, de la pertinencia o no de que tengamos una ley educativa cada vez que hay un viraje en las cuestiones de gobierno. Tampoco lo haremos sobre si la evolución de los cambios propuestos son, a nuestro juicio, más o menos positivos. Y tampoco es el momento de analizar los mecanismos de evaluación sobre los que incide el nuevo planteamiento que, por lo que parece, se evidenciará en los próximos días.

Tampoco me centraré en la disquisición —mucho más profunda— de si estamos banalizando o no cada vez más o no la educación, haciendo mucho más magros los currículos y permitiendo que convivan en un aula personas con aprovechamientos y competencias adquiridas muy dispares, con la consiguiente dificultad para hilvanar las tareas, actividades y resultados previstos en cada nivel. Lo tocaremos, sí, más adelante. Pero, con todo, ahora únicamente quiero plantearles la existencia de la antedicha improvisación, o no, en lo que tiene que ver con la evolución de la norma en este ámbito. Y lo digo porque, desde mi punto de vista, sí. Creo que los tiempos para pensar y repensar la norma educativa han de ser pausados, y la lógica de tales acciones ha de estar presidida por un amplio consenso que involucre a los actores fundamentales en tal ámbito, so pena de que, si no es así, se produzcan los vaivenes y los giros de guión a los que los partidos políticos someten continuamente al sector.

El calendario escolar previsto para este año, con las pruebas ordinarias en mayo y las extraordinarias en junio, podrá gustar o no. A mí no demasiado en principio, pero también puedo entender muchas de las razones de los que glosan sus ventajas. Pero, en cualquier caso, fue el que estaba en vigor cuando el curso empezó. Y mira tú que, ahora, esto es posible que cambie, según llegan las noticias de los mentideros de Madrid, en términos de no consideración de la moratoria en principio planteada antes de acometer más cambios. Y, así, parece que se cae buena parte del armazón organizativo sobre el que se asentaba tal sistemática de evaluación para, al final, tener que proceder de otra manera... Y eso es improvisar. Por los motivos que sea, pero no deja de ser un cambio a salto de mata. Esto no es bueno, en tanto en cuanto produce afectación en los tiempos y las lógicas del curso y en la forma de plantear este. Algo siempre muy sensible, en lo que es conveniente testar las novedades, y aquilatar estas en términos de mejora o empeoramiento de la calidad del sistema antes de generalizarlas.

Tengo la impresión, además, de que la improvisación va más allá. Y no lo achaco a uno u otro color político, sino que me parece algo bastante habitual. Miren, soy de los que piensan que la educación es uno de los factores clave de éxito de cualquier sociedad. Y, más específicamente, la inversión decidida en ella, la asunción de la misma como uno de los pilares fundamentales de la mejora individual y colectiva, y el mimo en su puesta en práctica. La apuesta por la excelencia educativa a todos los niveles, desde la formación de una conciencia social y ciudadana, orientada a valores desde los primeros pasos en la educación infantil, hasta la adquisición de las competencias profesionales, humanísticas y tecnológicas adecuadas en la etapa universitaria o en los ciclos superiores de la formación profesional. Y en todo ello, aún sabiendo que se trata de un difícil ámbito de gestión, no se puede dar bandazos. Exactamente lo contrario de lo que ocurre o, por lo menos, de cómo se percibe.

Esperemos que todos demos lo mejor de nosotros mismos, la sociedad entera, para orientar la educación a sus mejores cotas en todos los sentidos. Esto tendrá mucho que ver con cómo sea nuestro grupo humano en el futuro. Porque nunca olvidemos que, educando, hoy sembramos para cosechar mañana. En lo industrial, en lo técnico, en lo profesional, en lo asistencial, en la propia dinámica de nuestra sociedad y... en la calidad humana de la misma. Ojalá estemos inspirados. Nos va la vida en ello.