Tengan buen día. Como siempre, se lo deseo sinceramente al tiempo que les saludo, antes de pasar a compartir con ustedes lo que me preocupa y que, por ende, se convierte en aquello sobre lo que quiero llamar su atención. Así tendrán ustedes oportunidad de manifestar su opinión al respecto, incorporarlo en algún grado a su propio proceso de reflexión, si les parece, o de hacerme ver las razones por las que ustedes piensan de otra manera o discrepan abiertamente de mi tesis. Ya ven, todos saldremos ganando del hecho de poder conocer un poquito más del pensamiento del otro, con respeto, buenas maneras y, sobre todo, toneladas de sosiego.

Sigo hoy en la línea educativa, que ya saben que es una de las que más me apasionan. Y lo hago porque, en tertulia informal, hace un par de días hablaba con un grupo de docentes, con el foco puesto en el mejor aprovechamiento del alumnado. Claro está, en el marco de las recientes noticias sobre cambios y más cambios en el planteamiento del curso académico, su organización y evaluación en enseñanza media. Hemos tocado aquí esta cuestión hace muy poco tiempo y, si me siguen, sabrán que reaccionando a los mismos desde la crítica a cierto nivel de improvisación.

Pero hoy quiero ir más allá, más a lo básico y fuera de instrumentos operativos, aunque estos sean tan importantes como los relativos a la evaluación del curso. Vamos, todavía más, a lo verdaderamente esencial, a cómo está evolucionando el currículo en nuestro país, así como la manera de afrontarlo. ¿Qué se espera de la praxis educativa? Este es el núcleo, hoy, de estas letras, en las que iré directo a la cuestión. Desde mi punto de vista, el adelgazamiento del currículo en las últimas décadas, así como las cada vez mayores facilidades para la promoción del alumnado al precio que sea, diluyendo cada vez más el peso de las competencias reales adquiridas en el proceso de titulación, me parece que flaco favor hace al conjunto de la sociedad. ¿Están ustedes de acuerdo con tal diagnóstico? Para mí es una verdad palmaria, de la que podría darles muchos ejemplos en ámbitos de conocimiento y asignaturas concretas.

Así las cosas, parece que no buscásemos preparar verdaderamente a personas que tienen tal derecho y que, convenientemente formadas, podrían aportar mucho a la sociedad. Más aún, creo que hay en la simplificación de contenidos una cierta duda, del todo infundada, sobre la capacidad de las generaciones más jóvenes para abordar conceptos complejos y abstractos. Se les da un barniz de muchas cosas en los planes de estudio, para profundizar cada vez menos en todo ello. Y, como consecuencia, generando inseguridad y falta de concreción en muchos de los conocimientos adquiridos, que flaquean como nunca. Si, aún por encima, los instrumentos de evaluación son tan flexibles que permiten la convivencia en el aula entre niveles de conocimiento muy dispares, peor. Es imposible, así, aspirar a un cierto rigor sin correr el riesgo de que una buena parte del aula no entienda, literalmente, nada. Y todo ello independientemente de que sus calificaciones, en cursos pasados, sean teóricamente buenas.

¿Se quiere evolucionar de una formación sólida a un barniz ligero de la misma, igualando por abajo, en cuanto a conocimientos adquiridos, al alumnado de nuestro sistema educativo? Pues no me atrevo a decir que sí, pero es la impresión que muchas veces tengo. Parece como si estuviésemos devaluando cada vez más nuestro Bachillerato, nuestro proceso de acceso a la Universidad e incluso el desarrollo curricular en la educación superior. Como si todo el mundo tuviese que tener hoy el Bachillerato —por ejemplo— casi por trámite, cuando esto ha de exigir un trabajo y un esfuerzo personal por encima de un cierto umbral determinado.

Miren, todos tenemos nuestras cualidades y facetas donde destacamos especialmente. Hay quien canta muy bien o tiene un oído musical genial, quien tiene una visión espacial única, unas destrezas físicas inigualables, quien tiene habilidad manual o quien le da fenomenal a la Matemática. Hay quien comunica con gran credibilidad, y hay personas especialmente dotadas para las artes. Todo ello es fenomenal, y en la búsqueda de la intersección entre lo que más nos gusta hacer y lo que mejor sabemos hacer está la virtud a la hora de dedicarnos a ello. Fenomenal. Pero lo que no podemos es revestir a toda la sociedad con títulos no avalados por contenidos reales, educación de pega, calificaciones infladas o una titulación donde no hay mucho donde rascar. Ayudar al alumno, en el marco de la diversidad y de las necesidades específicas de cada uno, de mil amores. Pero sin renunciar a lo nuclear en cada nivel y área de conocimiento, so pena de descafeinar más allá de lo conveniente los contenidos adquiridos. Y es que si igualamos a todos, sin más, nos estaremos cargando la mejora continua individual y colectiva, el futuro de este grupo humano y hasta el ascensor social. No tengamos miedo a buscar la excelencia, cada uno en lo suyo y apoyando a quien lo necesite, pero no convirtamos el proceso en una medianía donde todo valga por un papel que, al final y de persistir en tal línea, tengan seguro que de poco servirá.