Les saludo en este primer día de diciembre de 2021. Ya ven, último mes en este periplo un tanto accidentado que ha supuesto, al igual que en el anterior, el transcurrir de este año. Bueno, pues ya estamos aquí, casi al final. Y, antes de entrar en cualquier otro matiz, lo importante es que podamos contarlo. Lo digo preventivamente, porque muchos de ustedes me dirán con añoranza que estamos un año mayores que en el mismo mes del pasado año, o cosas así. Sí, pero recuerden que lo importante —reitero— es disfrutar de ello y ser consciente de lo fantástico que es seguir en la nómina de los vivos. Ahí estamos, peleando el día a día y procurando sonreír.

Pues eso, uno de diciembre, un día significado para la comunidad internacional en materia de salud. Porque esta es la jornada que esta, con la Organización Mundial de la Salud al frente, dedica especialmente desde 1987 a las personas afectadas por la infección por VIH y su enfermedad asociada, el Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirido, así como a la visibilización de tal problema de salud. Un ámbito en el que, gracias a los tratamientos antirretrovirales avanzados, la calidad de vida de muchas personas ha cambiado absolutamente con los años. De una sentencia de muerte verdaderamente dura, al principio de tal pandemia, a una vida normal con una esperanza de vida similar a la de la población general. ¿Milagroso? No, es ciencia. Ciencia pura y dura, ya ven. Ahora solamente hace falta superar definitivamente los estigmas del pasado, de los que se pueden apreciar todavía flecos importantes. Ese tiene que ser el reto para la sociedad de estos días. Bueno, eso y la universalización de los tratamientos antedichos.

Y, dicho esto, y aprovechando que hablamos de estas cosas de la salud, déjenme que me centre en la situación creada por la COVID-19 y vuelva a la carga hoy con algo que no me canso de repetir desde hace prácticamente dos años, pero que tengo la impresión de que, cuando se expresa, cae sistemáticamente en saco roto. Lo hago con mis artículos, pero también con cada conversación en diferentes foros, unos más personales y otros más profesionales. La idea central de ello es que no podemos repetir las mismas acciones y, al tiempo, esperar resultados diferentes. Ya sé que lo he puesto aquí, negro sobre blanco, muchas más veces. Pero de verdad que es necesario apuntalarlo, atornillarlo, fijarlo y hasta abrillantarlo. Y aún así...

Miren, hay algo que es diáfano. ¿Qué? Pues que si bajamos las restricciones, la pandemia causada por el SARS-CoV-2 golpeará más fuerte. Y si, en cambio, nuestro comportamiento es más prudente, la misma irá remitiendo. Ocurrió esto en cada una de las cinco olas precedentes en nuestro país, y también en esta a la que se le puede llamar ya claramente sexta etapa. Exactamente de igual forma que, matizando tiempos y afectación, ha sucedido en el resto del mundo. Es una especie de oscilador armónico amortiguado, en el que cuanto peor están las cosas más actúa la fuerza para intentar revertir la situación, reduciéndose así el nivel de contagios y provocándose, de nuevo, un escenario de mayor relajación.

Por todo ello es fundamental no cejar en el empeño de intentar controlar la transmisión de este coronavirus. Siempre. Haciendo bien las cosas, lo cual no es incompatible con mantener la actividad económica y hasta social. Pero siendo conscientes de los límites, y no incurriendo en excepciones. Porque son precisamente estas, basadas en el siempre manido “¡Malo será!”, las que engrosan las cifras de personas contagiadas en las estadísticas oficiales. Y luego no hay vuelta atrás.

Si hay algo diferente en este momento, que claramente dibuja otro escenario respecto al del comienzo del azote, es el alto nivel de población vacunada, al menos en nuestro entorno. Sí, de nuevo la ciencia. Ya ven, esa tan lastimada, ninguneada y convertida tantas veces en flor de un día desde los poderes públicos. Pero la única que tiene la llave, como en tantas otras ocasiones, para mejorar nuestras condiciones de vida. Una vacunación, por otra parte, que solamente llegando a todas las esquinas del mundo tendrá eficacia en toda su potencialidad. De nuevo la necesidad de atender absolutamente a todas las personas, independientemente de intereses y cuestiones crematísticas. Porque si no, ya saben, cada transmisión del patógeno es una nueva oportunidad que tiene el mismo para cambiar y escaparse del control.

Por eso tenemos que seguir vacunando, vacunando y vacunando, convenciendo con chorros de información veraz a los escépticos o desinformados, y no cayendo mil veces en el mismo error. En el de bajar todas las barreras de protección cada vez que la ocasión nos sea más propicia. Algo que, como vemos, es solamente el prólogo de un nuevo zarpazo de la pandemia, que sigue vigente y vigorosa.

Cuídense. Perseveren en las buenas prácticas, por mucho que nos duela habernos convertido en un poco más ermitaños. Es lo que hay, en este momento. Ya habrá tiempo para reverdecer y para épocas de mayor expansión, con confianza. Y, mientras, no hagamos lo mismo y esperemos resultados diferentes. Una y mil veces nos equivocaremos así. Y, además, entraremos en una agobiante espiral de frustración.