Para el Diccionario de la RAE “abanderar” tiene tres significados: 1. Ponerse al frente de una causa, movimiento u organización para defenderlos o luchar por ellos. 2. Enarbolar una bandera o un estandarte. 3. Matricular o registrar un buque bajo la bandera de un Estado.

La primera consideración que me suscita la actuación de la RAE con respecto a la palabra abanderar es que, siendo así que el verbo abanderar está íntimamente vinculado con el sustantivo bandera, la primera acepción del verbo que establece el Diccionario, lejos de partir del significado primigenio de este sustantivo, acoge el del sentido figurado; esto es: “Ponerse al frente de algo para defender alguna causa”.

En efecto, por “bandera” el Diccionario, en lo que ahora interesa, entiende: 1. Tela de forma comúnmente rectangular, que se asegura por uno de sus lados a un asta o a una driza y se emplea como enseña o señal de una nación, una ciudad o una institución. 2. Nacionalidad a la que pertenecen los buques, representada por la bandera que ostentan. 3. Tela con marcas y colores distintivos que se utiliza para hacer señales. 4. Insignia de una unidad militar que lleva incluido un símbolo o distintivo que le es propio. 5. En algunos taxis, palanca en forma de bandera con la que se ponía en funcionamiento y se paraba el taxímetro. 6. Gente o tropa que milita debajo de una misma bandera. 7. Cada una de las compañías de los antiguos tercios españoles, y también actualmente de ciertas unidades tácticas. 8. Causa que se defiende o por la que se toma partido. La bandera de la libertad, de la erradicación de la pobreza.

Pues bien, como puede observarse, la significación que aparece en el octavo lugar del sustantivo bandera pasa a ser la primera del verbo abanderar; y la segunda del sustantivo es la tercera y última del verbo: “matricular o registrar un buque bajo la bandera de un Estado”. Lo cual parece poner en duda el hecho de que se siga un criterio lógico para la ordenación de las acepciones de cada palabra. Y es que, al menos en los casos de palabras que poseen la familiaridad de ser un verbo y un sustantivo, parece que debería haber una ordenación de las acepciones en ambas palabras que respondiera al mismo criterio o, al menos, a un criterio semejante. Pero en el presente caso no parece existir o, al menos yo, no lo descubro.

De los tres significados del verbo que examinamos voy a detenerme en el primero: “Ponerse al frente de una causa, movimiento u organización para defenderlos o luchar por ellos” por ser el que me parece más interesante.

Escribe Antonio Machado en su Juan de Mairena: “Se señala un hecho; después se le acepta como una fatalidad; al fin se convierte en bandera. Si un día se descubre que el hecho no era completamente cierto, o que era totalmente falso, la bandera, más o menos descolorida, no deja de ondear.” Una vez más, Antonio Machado puso de manifiesto la existencia en su día de una realidad que, lejos de haber ido a menos, ha ido a más y —lo que es peor— actualmente está adquiriendo tintes casi dramáticos.

Si siempre ha habido verdaderos profesionales en convertir hechos discutibles en banderas, sin haberse detenido suficientemente a comprobar si eran ciertos o falsos, en nuestros días la asunción como verdaderos de hechos manifiestamente falsos es muy habitual, sobre todo en las redes sociales, debido a la rapidez con la que circulan las noticias y, sobre todo, a la falta de control sobre su veracidad. Son las llamadas fake news. Más aún: me atrevo a afirmar que lo que menos importa a los “divulgadores de los nuevos abanderamientos” es la certeza o la falsedad del hecho, sino el hecho mismo de levantar constantemente banderas de enganche para movilizar a las numerosas personas que actúan movidas más por el sentimiento que por la razón.

Debo insistir en que antes de la masiva e instantánea intercomunicación a la que tenemos acceso gracias a la revolución tecnológica característica del mundo globalizado en el que vivimos, no era fácil convertir hechos en banderas. De un lado, porque la lentitud con la que se difundían las noticias dificultaba el propio proceso de conversión de un suceso en una fatalidad de conocimiento general. Y de otro, porque los hechos que superaban esta dificultad tenían como destinatarios, no a la gran mayoría de los ciudadanos, sino solo a ciertas minorías que por su fuerte carga sentimental era especialmente aptas para engancharse en tales banderas. Por eso, había pocas banderas y todavía eran menos las que ondeaban descoloridas.

Hoy, en cambio, es fácil convertir hechos en banderas, y que las banderas lleguen a enganchar a una buena parte de la sociedad. El nivel de formación de la generalidad de la ciudadanía ha bajado alarmantemente y con él el imprescindible ingrediente de la capacidad de crítica que tanto ayuda a la hora de contar con ciudadanos libres. Lo cual se traduce en una clara indefensión en lo relativo a los hechos que más nos tocan en el corazón, que más afectan a nuestra sensibilidad. Y como es tan vertiginoso el ritmo en el que se trasmite el supuesto acaecimiento de los hechos, y tan poca la atención que ponemos al dato de su posible falsedad, a poco que se mire con cierta atención se verá que siguen ondeando entre nosotros muchas banderas descoloridas. Pero pienso que no serviría de mucho que nos molestáramos en arriarlas por la incesante actividad de los sobreviven gracias a izar otras nuevas.