Les saludo en la antesala, ahora sí que ya, del día de Navidad. No les cuento cómo andan los escolares —pequeños y no tanto— ante la inminencia de sus vacaciones de invierno. Todo bulle y hasta casi ebulle entre las bambalinas de las aulas, los patios de recreo y los corredores de mil y un centros académicos. Casi finalizando exámenes ya, el trimestre se da por acabado. Y eso significa, en la práctica, asomarse a unos días que, en no pocos casos, tienen mucho de mágico.

Días bonitos, pero no siempre, ya que las circunstancias de cada uno las sabe solamente cada uno. Y no crean que son pocos los niños para los que, estos días más que otros, también tienen su dosis de amargura. Personas queridas que están lejos, otras que ya no están, situaciones familiares desestructuradas, otras que son difíciles desde el punto de vista económico... En fin, mil y una posibles circunstancias que se ciernen también sobre los más peques, y que hacen de sus vidas un caleidoscopio de situaciones diversas. Ya saben ustedes, a estas alturas, que la Navidad no es siempre de cuento de hadas. Ni mucho menos.

En una época concreta de mi vida, hace unos años, tuve la suerte de poder recorrer las calles de madrugada en días tan emblemáticos como los de Nochebuena o Fin de Año, buscando situaciones complejas de las personas, con el ánimo de poder propiciar una intervención o, al menos, dar ese día un poco de calor, conversación o paz. En realidad se hacía todo el año pero esos días, en particular, también. Y no crean que no hay, al otro lado de la vida cotidiana de muchos chavales, mayores que son sus padres y ya no tienen contacto con ellos. U otros que, por haberlo perdido todo, han dejado hasta de lado a su familia extensa. Repito que son situaciones crónicas, de cada día, pero que en Navidad parece que llaman más la atención, por lo discordante de tales realidades con el mencionado cuento de hadas y espumillón.

Son también estos días típicamente de comidas y cenas, de amigos, de compañeros de mil y un trabajos y mil y una empresas, y de todo tipo de agrupaciones humanas. Hoy dedico lo que resta del artículo, después de mi típico extenso prólogo, a contarles mi experiencia sobre tal cuestión, polémica estos días, en tiempos de repunte y nuevas variantes del virus causante de la COVID-19. ¿Creen ustedes que están justificadas las mismas?

Pues miren, a mí me invitaron a una de estas comidas, que se iba a celebrar estos días. Les juro que me hubiera apetecido mucho ir, porque significaba volver a ver a unos compañeros con los que compartí un curso académico, con los que hicimos mucha piña, y con los que siempre estuve y estoy a gusto. En el momento de recibir su mensaje, me alegré. Pero ellos saben que, en el mismo momento, contesté agradeciéndolo, y diciendo que no podía asegurar que en diciembre, sin saber cómo iban a pintar las cosas y ya en un tiempo en que se preveía un aumento de las infecciones, pudiera estar en tal evento. Decliné por tanto la invitación, proponiendo dar un paseo, quizá tomar un café con distancia y en formato reducido, o buscando alguna imaginativa alternativa, en exterior y minimizando riesgos. Mis compañeros lo entendieron, quedamos de ir hablando para un futuro y... ellos decidieron quedar igual. Cerraron una reserva con un restaurante y... pasó el tiempo.

Ni qué decir tiene que, como ellos son cabales, nunca pudieron llegar a celebrar esa comida. Tuvieron que replegar velas, llamar al restaurante y cancelar. La broma no es para menos, visto como está el patio. Ya habrá tiempo de quedar más adelante, y si la cosa merece la pena, no va a pasar nada por demorar un poco esta etapa de lo que puede ser una carrera de fondo de amistad. Nos va la vida en ello.

Otros no. Otros, aún siendo médicos residentes —tócate los pies— fueron adelante. Confiaron en las pruebas de antígenos —que tienen la capacidad de detectar positivos, pero exhiben muchos falsos negativos— para disfrutar del evento con tranquilidad. Y lo hicieron. Pero las consecuencias están ahí... En un alto impacto en su labor diaria, que aúna aspectos asistenciales y formativos. Y, casi peor aún, en un nefasto mensaje que le trasladan al resto de la sociedad. Horroroso. Tanto, que soy de los que piensan que esto terminará de dañar irreversiblemente lo poco que quedaba de cordura en alguna parte de la sociedad. No me extraña que el presidente de la Xunta diga que es algo que le “ha dolido mucho” (sic). Es que nos duele a todos. Es una pena que muchas personas, tituladas o no, no hayan comprendido aún los entresijos de la persistencia de los aerosoles —coloides— en el aire, y su papel infectivo a través de la aspiración y contacto con las mucosas. Y es que de muchos comportamientos se percibe tal incomprensión. O eso o... aún peor.

No tocan las cenas de Navidad. No tocan las cenas familiares fuera de grupos burbuja o asimilados. No toca la irresponsabilidad colectiva. Toca verse, con cuidado y con cautela. Toca cuidarnos... y cuidar. Toca disfrutar de lo que se pueda, no comprometiendo el futuro vía los peligros inherentes a una alta transmisión del virus, incluida en estos la posible recombinación. Toca ser prudentes. Toca respetar a todos los que se han ido, y a todos los que se irán. Toca no comprometer el trabajo de los sanitarios serios. Y toca no mear fuera del tiesto, no vaya a ser que destrocemos el tafilete de los zapatos de esta convulsa sociedad...

Dedicado a todos los sanitarios, en Málaga, en Santiago, en Cataluña o en otro lugar que, por irresponsables o por incautos, están haciendo trizas la encomiable labor de muchos de sus compañeros y de buena parte de la sociedad. A ellos y al resto de los que, vía viajes exóticos, concentraciones multitudinarias, cenas irresponsables o decisiones inapropiadas a cualquier nivel, están convirtiendo esta pesadilla en un monstruo de dimensiones cada vez mayores. A los negacionistas de toda índole, a los que hay que silenciar con chorros de información veraz y científica. Y a los que, sin saber nada de nada, lo boicotean todo, lo cuestionan todo y van a su bola. No. Esto es salud pública y esto es democracia. Y hay deberes, no solamente derechos, que hay que asumir. Y la prudencia, el primero y el más importante. Ventilación, mascarillas, distancia, prudencia, burbujas, vacunas, investigación y... toneladas de paciencia hasta que el temporal amaine.