Dicen aquellos que glosan las características de esta época —a la que ya saben que tildaré de líquida y posmoderna—, que en la misma se ha incrementado la soledad. No la buscada, la pretendida, sino aquella que lastima cada día. La que ha levantado barreras entre las personas o, peor aún, ha cultivado cada vez una mayor dosis de indiferencia entre ellas. La que proviene del goteo extraordinario de fallecimientos que ha supuesto y sigue representando la pandemia en la que estamos aún inmersos. La soledad, en definitiva, catalogada como uno de los iconos de esta época, y también como una de sus patologías individuales y colectivas. No sé si ustedes la perciben o no, pero es evidente y notorio que sobre estos últimos días de 2021 cabalga una mucho mayor dosis de soledad que en idénticas jornadas de años y décadas anteriores. Ya ven, es lo que toca, y tendremos que aguzar el ingenio y la imaginación, la empatía y toda nuestra capacidad de amar para mantenerla a raya, lejos de nosotros.

Es por eso que el deseo que hoy formulo para ustedes, en esta última columna antes de la Navidad, es que tengan unos días al menos moderada y razonablemente felices, pero sobre todo exentos de tal lacra, de la tan presente y temida soledad. Que ya sea presencialmente —por favor, con mucho cuidado— o aunque sea telemáticamente o para encuentros más sencillos, pero seguros, puedan estar en contacto con los suyos. Y que se presenten los espíritus del pasado, del presente y del futuro en cada uno de sus hogares —sí, aquellos del sobrecogedor Cuento de Navidad de Charles Dickens— y que les colmen de paz, armonía y cariño, y ahuyenten definitivamente de su lado ese fantasma de la falta de seres humanos a nuestro alrededor a los que querer y con quien compartir las noches y los días. Ojalá.

Esa es mi querencia a la hora de compartir estas líneas con ustedes que, además, tienen la misión de querer desearles unos felices días. Feliz Navidad, en cualquiera de sus versiones, si son ustedes creyentes en lo que sea. Y Feliz solsticio de invierno si lo suyo es lo telúrico, y están tan fascinados como yo por la aventura de vivir en un mágico Universo, que nos arropa y nos contiene. En cualquier caso, un mensaje de cariño, de entender definitivamente que los grandes problemas nos incumben a todas y a todos, y que es imposible siquiera imaginar un mundo mejor si esto no se construye de una forma absolutamente inclusiva. Un mensaje de esperanza, aún sin ser ingenuo y sabiendo que los hados no pintan épocas demasiado boyantes, no ya de recursos materiales —que también— sino incluso de ilusión, esperanza y global bonhomía. Y un deseo fraterno de que nos enteremos, sin ambages ni recovecos, de que hemos llegado a un punto en que muchas retóricas ya no tienen demasiado fuelle, y que las grandes soluciones a los problemas antes citados pasan por cambios drásticos en mil y una cuestiones, con el ánimo de poder vivir casi todos mejor, pero de una forma distinta.

Feliz Navidad, pues, en Bethlehem y en Cuspedriños de Arriba, en A Peroxa y en Folgoso do Caurel, de Alaska a Windhoek, de Kuala Lumpur al Salar de Uyuni, o de Rotorua a Novosibirsk. Feliz Navidad si ustedes la celebran o si no, si están hartos de todo o de nada, y si están aquí llegando o marchando, construyendo su casa o desmantelando su vida, felices o hundidos, con fuerzas o tan agotados por las circunstancias de la vida, que apenas puedan esbozar un saludo o un gesto. Feliz Navidad, si esto les reconforta o si no. Y Feliz Navidad, si sirve de algo o si ya no arregla nada, como un gesto de afecto, de respeto, de fuerza, de apoyo y no sé si de comprensión o de empatía, o mejor de las dos.

Y que Feliz Navidad sea también el grito de guerra que nos permita abordar un nuevo año, nuevas cuitas y nuevos paradigmas, nuevos trabajos e inéditas satisfacciones, miríadas de proyectos y, de vez en cuando, una mirada a ese cielo fértil, sembrado de estrellas lejanas, que nos sirve de bóveda pacífica y de referente en medio de casi nada, y que nos hace extremadamente pequeños y, al tiempo, únicos e irrepetibles.

Sí, Feliz Navidad. Se lo deseo un año más. Se lo imploro, incluso, si eso va a servir para que avancemos en concordia, bajando las revoluciones del día a día y sintonizando en una onda colectiva que nos lleve a ser conscientes de lo que tenemos, juntos, en cada momento en que estamos vivos y compartimos el espacio y el tiempo. Y es que todo lo demás, por imprescindible que nos pueda parecer, casi sobra.

Sí. Feliz Navidad. Ese es mi deseo en estos días que a nadie dejan indiferentes. Que la fuerza y la esperanza, la garra y la alegría estén con todos ustedes. Por muchos años. Feliz Navidad.