Decía Ana María Matute que el mundo tenía que fabricárselo cada cual, que era preciso crear peldaños que nos elevasen y que nos sacasen del pozo. Que la vida había que inventársela porque acababa siendo verdad… Y yo no puedo estar más de acuerdo con esas afirmaciones.

En mi opinión, venimos a esta vida de forma provisional y estaños envejeciendo desde que nacemos, por ello, además de ser una firme admiradora de la gente mayor, no puedo comprender cómo hay personas jóvenes que los desprecian, apartan, o sienten reparo por la decrepitud o la enfermedad que suele acabar envolviendo todos los cuerpos cuando el final del paseo está próximo.

Cada persona mayor lleva a sus espaldas un grado en experiencia y un máster en conocimiento propio y del mundo que le rodea. No importa que la mayoría hayan llegado tarde al manejo ágil de las tecnologías, como tampoco lo hace el hecho de que suelan ser reticentes a introducir cambios que hagan tambalear los cimientos de sus arraigadas creencias y costumbres.

La gente mayor es mucho más sabia y atractiva que la más joven, básicamente, porque los primeros llevan en sus alforjas historias inspiradoras, asimiladas y aleccionadoras; mientras que, en general, los jóvenes todavía deambulan distraídos por el universo del ser y el tener. Y en esa distracción, se pierden en el limbo de lo superfluo y dejan de ser absolutamente interesantes.

Un sinfín de veces, los mal llamados ancianos se han visto obligados a construir peldaños para inventarse caminos que en ocasiones se han roto y que les han obligado a seguir devanándose los sesos, entre decepciones propias y ajenas, para volver a intentar construir una vida nueva que, como decía la genial escritora anteriormente mencionada, a fuerza de inventársela, acababa siendo real.

Ustedes que me leen procuren no dejar de componer su escalera, incluso, aunque no crean en su estabilidad. Vuelvan a poner cemento y ladrillos, vuelvan a subir. Y, si la escalera se derrumba porque falla un peldaño, cambien los materiales, pero continúen avanzando porque solamente así tendrán nuevas posibilidades y, sobre todo, una historia que contar.

Y, ¿para qué sirve una vida si esta no supone una fuente de inspiración para nadie? Para nada. Dan exactamente igual los bienes atesorados o lo que uno se haya afanado pensando en su buena suerte con el único fin de tratar de evitar el encuentro consigo mismo. Da lo mismo. Será una existencia aguada y descafeinada.

Fíjense en su alrededor y pongan peldaños para conseguir lo que les gustaría ser y tener. Es muy probable que la construcción de la escalera sea interrumpida varias veces antes de terminarla, pero también es seguro que cada vez los escalones nos despegarán más del suelo y nos acercarán a ser quienes realmente queremos llegar a ser.