Nuevo saludo, nuevo día y deseos renovados de que todo les vaya estupendamente. El invierno sigue avanzando, los días creciendo, y en poco que nos demos cuenta empezará a asomar la patita la primavera. Bueno, o lo ha hecho ya, si tenemos en cuenta los signos de la Naturaleza. Si se han fijado, los ciruelos —los primeros en despertar— ya tienen una importante carga de flores blancas. Y esto acontece mientras los manzanos, de los últimos en dormirse, aún no han tirado toda la hoja. Lo que les digo, que todo está preparándose para esa explosión de luz y color que caracteriza a la estación de las flores, que cada vez se adelanta más, engullendo literalmente al previo invierno.

Lo que también se prepara en estos días, y tiempo habrá de analizarlo, es una nueva escalada de tensión en torno a Ucrania, con actores principales como Rusia, Estados Unidos y la un tanto descolocada OTAN. Ya lo hablaremos, pero sirva como prólogo aquello que nos decía Arcadi Oliveres, que nos ha quedado después de que él se haya ido: las causas de las guerras son económicas, económicas y... a veces, económicas.

Hoy les cuento, sin más dilación, que hablaba hace un par de días con un grupo de chavales sobre las adicciones. Sobre diferentes sectores que presionan, de una u otra manera, para encandilarles con aderezos que no necesitan en su vida. Unos son perfectamente legales, aunque poco éticos, y están muy cerca del origen y desarrollo de las ludopatías, léase casas de apuestas, aplicaciones para apostar por internet o todo el entramado que rodea a las máquinas tragaperras en bares y cafeterías, al alcance de todos. Otros no están dentro de la ley, y son mucho más oscuros, tales como los responsables del menudeo de sustancias estupefacientes, que tratan de acercarse a los institutos y engatusar con su insalubre mercancía al que ven un poco despistado, a la búsqueda de perpetuar el negocio y cazar a futuros clientes. Unos y otros, junto a los que se dedican a suministrar a menores tabaco o alcohol, ponen su supervivencia y su modus vivendi por delante de la salud de los más jóvenes, que viene a ser lo mismo que decir por delante del futuro de nuestra sociedad. Hablando, les insistía a los estudiantes en que ellos no necesitan nada de eso, y que su serotonina y dopamina, entre otras, segregadas por ellos mismos, son las únicas sustancias que necesitan para ser felices.

La realidad, sin embargo, es mucho más dura y más cruel. Así, te encuentras a niños y niñas de trece años que ya fuman porque piensan que eso es moderno, sexi, rompedor o que marca su propia identidad. O que asocian desde momentos bien tempranos ocio y borrachera, consiguiendo únicamente dañar su propia salud y comenzar un camino que a veces lleva al abismo. Si a eso sumamos el indolente discurso sobre determinadas sustancias estupefacientes, que ahora se quieren adornar con calificativos y caracterizaciones que poco tienen que ver con la realidad, aún peor. Pero no es cierto: el hachís y la marihuana, por ejemplo, son potentes demielinizantes, que lastiman a los ladrillos constituyentes de nuestro sistema nervioso, las neuronas, y que son con frecuencia desencadenantes de incapacitante enfermedad mental.

Muchos de los chicos y chicas del grupo, hablando tranquilamente y tratando de dibujar la realidad, llegaron ellos mismos a la conclusión de que en el germen de bastantes de estos problemas está el aburrimiento. La falta de perspectiva, expectativas y lógicas propias. El no convertir cada paso en un ejercicio de personalidad y propio carácter. Les doy la razón. Creo desde hace mucho tiempo que aquellos que cultivan una afición con interés, practican y disfrutan un deporte con exigencia y dedicación o realizan cualquier otra actividad de forma sistemática, constituyendo un hilo conductor de sus propias vidas desde su propia lógica y principios, están mucho más a salvo de todas esas amenazas. Y no es algo solamente propio de las edades más jóvenes. Se puede aplicar en cualquier momento vital, y también es algo conocido que, ante bruscos cambios como la jubilación o una pérdida, las personas con actividad, socialización y fuertes estímulos derivados de una afición, un deporte o cualquier otro ámbito de dedicación de forma organizada y sistemática son mucho menos vulnerables al desánimo o a la debacle personal. Es importante tener estímulos, sí, y no dejarse llevar por el abandono, la indolencia o la pereza.

Pues ya ven en que cuitas andamos, mientras progresa el invierno y la tensión aprieta sobre el Mar Negro y la frontera de Ucrania. Seguiremos pulsando una realidad que, en lo macro o en lo más micro, se conforma como el escenario sobre el que se desarrollan, en serie y en paralelo, nuestras propias vidas...