El título es de una canción de Los Enemigos, un viejo tema (dónde va aquel 1994) que suelo ponerme cuando echo a trotar con las piernas al aire por el paseo marítimo, o en otras circunstancias menos aeróbicas (y ridículas) pero que me exijan idénticas dosis de arrebato, y cuyo estribillo dice así: “No hay perdón, no hay aire, no te excuses por vivir, no importa”. Como ocurre con toda buena canción o con la mejor poesía, música y letra se conjuran, en función de mi estado de ánimo, para infundirme la vivacidad o la lucidez, la intrepidez o el pundonor, el desprendimiento o la perspicacia que requiera en cada momento (a menudo, simplemente, la fantasía de que corro con un mínimo de dignidad). A veces, ese “no importa”, suena en mi cabeza como aquel “A la mierda” del entrañable Fernando Fernán Gómez, o el No future del desencanto veinteañero de los Sex Pistols; y otras, se torna decididamente irónico en respuesta a una actualidad que no deja de asombrarme con su metafísica del eterno retorno, o el más mundano concepto del más de lo mismo. Y no importa, eso es lo que parece que nos digamos unos a otros ante cada repetido atropello, ante la insufrible majadería de ciertos políticos, ante el renovado avance de esa vieja y deleznable derecha española que muchos creíamos ya erradicada, o al menos conservada en el formol fundacional del Partido Popular (hace bien poco se sucedieron los homenajes de sus dirigentes al ínclito ministro franquista, Fraga Iribarne), y que, reencarnada en Vox, empieza a asustar un poco con esa pinta de muertos vivientes que les confieren sus gestos y declaraciones como del No-Do. No importa tampoco que la electricidad se haya convertido en un bien de lujo para casi todo el mundo, que las autonomías con gobiernos del PP continúen esquilmando la sanidad pública en su inveterado empeño de privatizar todo lo que se menea. No importa que aquella genialidad del llamado banco malo (Sareb) por parte del Gobierno de Rajoy se haya convertido hoy en un agujero de 27.721 millones de euros a pagar por todos, tengamos o no calefacción, vivienda o un trabajo precario con el que no hay quien llegue a fin de mes. No importan las adjudicaciones de la Comunidad de Madrid a empresas donde, casualmente, tienen intereses amigos y familiares de la presidenta (según informan El Plural y elDiario.es), ni el interminable caso de financiación ilegal del partido que la gobierna. No importa que millones de adolescentes vivan enclaustrados en la simpleza de sus móviles de última generación, que les cueste un siglo leer un libro y un segundo realizar una compra en Amazon… La lista es infinita, y cada uno tendrá la suya, pero empieza un nuevo año y tengo la sensación de que (por mucho que corra por el paseo) no hay manera de escapar de lo mismo de siempre. Pero no importa.