Hoy tomaré prestada, queridos lectoras y lectores, una frase de la AECC, Asociación Española contra el Cáncer, que me resulta muy inspiradora. Y lo haré porque estas sucintas líneas están escritas ayer, 4 de febrero, en el día en el que en todo el mundo se pone el foco en la patología neoplásica, en el cáncer en todas sus variantes. Un conjunto de amenazas para el bienestar y la vida de muy diferente etiología, pronóstico, desarrollo y tratamiento. Un gran cajón de sastre en el que se mete todo aquello que implica un crecimiento anómalo y poco diferenciado de las propias células que, a partir de ahí, puede tener una enorme capacidad destructiva. Pero en el que es necesario matizar mucho y ser prudente. Cáncer, repito, es una única palabra para designar procesos bien diferentes.

La frase en cuestión, que celebro, viene a ser algo así como “No todos somos iguales contra el cáncer”. Y es verdad, desde todos los puntos de vista, porque la genialidad de tal lema es lo poliédrico que resulta. Cuando hablamos de que no todos somos iguales ante tal patología, podemos estar haciendo referencia, por ejemplo, a que no todas las personas nos tomamos o tomaríamos igual un diagnóstico de tal guisa. Hay personas más fuertes en un momento dado, y otras en momentos quizá más bajos o delicados, costándoles más gestionar tal perspectiva. No es una fotografía fija, obviamente. Todos tenemos etapas y, en función del momento, la respuesta inicial de una persona concreta puede ser una u otra muy diferente.

Una segunda visión de tal desigualdad ante el cáncer viene, como hemos dicho, de que el mismo es muy diverso. Hay tumores de mama triple negativos, a los que es difícil frenar. Y muchos otros que, con el arsenal terapéutico disponible habitualmente en la especialidad de Oncología, quedan superados para siempre. También es cierto que todos los organismos son diferentes, y esta es otra forma de interpretar la aseveración de la AECC. Porque, aún dicho lo anterior, no todo el mundo responde igual a los diversos tipos de tratamientos existentes hoy en día, y tampoco dos procesos homólogos son iguales. Si a eso sumamos la variable del diferente estadiaje de la enfermedad en el momento en el que esta se presenta, más casuística.

Pero el no ser iguales también se puede analizar desde el punto de vista del coste familiar y personal. De lo que implica para cada uno una enfermedad que le aparte un tiempo, por ejemplo, de su medio productivo. Seguramente quien tenga las espaldas más cubiertas pueda afrontar mejor tal lapso más centrado en su propio cuidado que en otra cosa. Y, consecuentemente, aquellos que son de partida más vulnerables socioeconómicamente se encontrarán en peor situación cuando es necesario plegar velas y atajar un momento difícil en lo tocante a la salud. Como extremos, llevándolo al límite, fíjense ustedes en el modelo americano, vigente en buena parte de tal continente, frente al de aquí. Allí al problema de la enfermedad con frecuencia se une el que dimana de un agobiante “¿cómo voy yo a pagar esto?”, siendo causa habitual de ruina. Aquí, por suerte y por decisión soberana de un pueblo que parece tener claro —a veces— su apuesta por la salud universal y pública, la cosa es bien diferente. Sí, no somos iguales contra el cáncer nosotros que aquellos cuyo tratamiento estará condicionado desde el principio por el recorrido de su tarjeta de crédito. O los que viven en lugares donde con algo mucho más sencillo —a veces una diarrea persistente— te mueres ya, sin ningún tipo de terapia. Ya saben que les he contado muchas veces que he conocido lugares donde, por no haber, no había un dispensario con agua corriente mínimamente segura.

No todos somos iguales contra el cáncer y este, a pesar de los avances pasados, presentes y futuros, y del extraordinario esfuerzo desde la investigación y la clínica, siempre existirá de alguna manera, aunque se le puedan ganar mil batallas. Es connatural a la vida, al cifrado de la información genética, a las estrategias de replicación de las células y, en último término... a la entropía. A las leyes más íntimas de la Física, que no son otras que las de la Naturaleza. Al fin y al cabo nosotros somos acúmulos ordenados de átomos que desafían, en todo momento, la tendencia de la misma a la mínima energía y el máximo desorden. El cáncer, ligado también a la longevidad, representa de alguna manera un órdago a tal lógica sistemática, que es la que nos da y mantiene la vida...

Mucha salud, mucha fuerza, mucha vida, mucha investigación y mucho mimo a la clínica en este tiempo de celebración. Este es un tema de los que nos importan, de verdad, a todas y a todos. Sin duda.