Este es un editorial de ciencia, solidaridad y esperanza. Y de reivindicación de la sanidad pública. El balance del programa de trasplantes del Complexo Hospitalario Universitario de A Coruña (Chuac) ofrece un año más, y van 40, luz, en especial en un ejercicio, 2021, castigado también por la pandemia del coronavirus. Luz porque la ciencia demuestra que es un camino imprescindible para avanzar como sociedad; porque la alta tasa de donación, casi el doble que en el conjunto de Galicia y de España, constata la solidaridad de los coruñeses; y porque detrás de cada trasplante encontramos la historia personal de esperanza de vida de aquellos que aguardaban por un órgano.

El programa de trasplantes es uno de los buques insignia del Hospital de A Coruña y no ha zozobrado ni aún cuando el coronavirus consumía la mayor parte de los recursos de personal y materiales. A pesar del aumento de la tensión asistencial en las unidades de críticos y de las limitaciones para la hospitalización de pacientes y, por tanto, de potenciales donantes, los quirófanos del Chuac realizaron 224 trasplantes de órganos el pasado año, incluido uno de corazón a un niño con una cardiopatía congénita que había sido intervenido ya en seis ocasiones y los dos primeros procedentes de donantes en asistolia controlada, es decir, a corazón parado, de los que hasta ahora solo se han efectuado quince en España.

El altruismo de 98 donantes de órganos y tejidos, y de sus familias, permitió realizar cien trasplantes de riñón, 51 de hígado, 48 de pulmón y 24 de corazón, además de 44 de córnea, 17 vasculares y 761 injertos óseos. 40 donantes fueron multiorgánicos y 21 accedieron a entregar un riñón en vida. Desde sus inicios en 1981, el programa del Chuac acumula 6.676 trasplantes de órganos: 3.548 de riñón, 1.357 de hígado, 879 de corazón, 783 de pulmón y 109 de páncreas.

Esas cifras impresionan solo con leerlas y abruman si nos detenemos a apreciar detrás de cada número la historia de generosidad de quien dona y la de esperanza de quien recibe la donación. El Hospital de A Coruña se sitúa así “entre los seis más trasplantadores de España, detrás de ciudades como Valencia, Barcelona y Sevilla”, ha remarcado esta semana, al presentar la memoria, el coordinador de trasplantes del Chuac, Fernando Mosteiro. No olvidemos, por supuesto, que esas ciudades superan con creces a A Coruña en población, superficie, hospitales y capacidad quirúrgica.

“Detrás de cada uno de esos trasplantes hay un paciente, una familia, una vida por recuperar, nuestro objetivo en estas cuatro décadas”, resume el director de Procesos Asistenciales del área sanitaria de A Coruña y Cee, Antón Fernández. Ese es el éxito último del programa del Chuac, pero ese camino está construido de pequeños éxitos. Uno de ellos es, sin duda, la labor de concienciación para promover la donación de órganos, trabajada en las últimas cuatro décadas hasta involucrar a la población como en pocos lugares se ha conseguido.

La tasa de donación debe generar orgullo en el área sanitaria de A Coruña, sin renunciar a mejorarla, por supuesto. 72,7 donantes por cada millón de habitantes superan el reto de 50 donantes por millón marcado por la Organización Nacional de Trasplantes para este año, 2022, y deja muy atrás al conjunto de Galicia (41,6) y de España (40,2). En 2021, solo dos familias, el 4% del total a las que se les pidió, se negaron a donar los órganos de un fallecido. El ambicioso reto que se autoimpone el Chuac es “conseguir que la negativa familiar no exista”, afirma Mosteiro, que advierte de que, aunque altos, los números “nunca son suficientes para atender todas las necesidades”. El 1 de enero, en el Chuac, 180 personas esperaban por un riñón compatible; diez, por un hígado; ocho, por un pulmón; seis, por un corazón; y cuatro, por un páncreas.

Los responsables del programa reconocen y agradecen el esfuerzo de las familias en momentos tan duros porque “sin su generosidad, nada se podría hacer”. Su modestia les lleva a decir: “Los demás solo realizamos nuestro trabajo”. Pero ese trabajo debe tener todo nuestro reconocimiento como sociedad y servir como ejemplo de lo que la sanidad pública puede conseguir si al talento y esfuerzo de sus profesionales se le suma una dotación de medios adecuada.

La pandemia en la que todavía nos vemos sumidos ha sacado a la ciencia desde el anonimato casi total del laboratorio hasta el reconocimiento casi unánime de la sociedad. Comenzó con aquellos simbólicos aplausos desde los balcones en marzo y abril de 2020, y ha continuado con una demostración de confianza generalizada en los científicos y en los sanitarios como referentes de opinión en la grave crisis actual. No solo la población ha volcado su seguridad en la ciencia; también los responsables políticos se han encomendado a ella, unas veces con más disciplina que otras, todo sea dicho, para dictar cómo responder a la pandemia.

Esa confianza debe traducirse en una apuesta en serio y decidida, con presupuesto encima de la mesa, para robustecer la sanidad pública. No debe darse el contraste de que el mismo hospital que es referente en el trasplante de órganos tenga que instalar camillas en pasillos en momentos de alta demanda de pacientes en Urgencias, por mucho que estos sean esporádicos y poco habituales la mayor parte del año. Apostar por la sanidad desde los poderes públicos es apostar por la ciencia y, por tanto, por nuestro avance como sociedad y por nuestra mejor calidad de vida.