No sé qué les parecerá a ustedes, pero a mí me llena de esperanza una imagen que contemplé muy pocas horas antes de ponerme con estas letras. Sucedió en el corredor de un centro educativo que podría ser perfectamente cualquier otro: un grupo de chavales —niños y niñas de primer curso de Educación Secundaria Obligatoria— volvían a clase con alborozo después de una clase práctica en el laboratorio de Biología. Venían alucinados, después de que sus profesoras, pacientemente, les hubieran iniciado en la utilización de la lupa y del microscopio. Y, a partir de ahí, todo fue alegría. Celebraron poder ver, con una perspectiva bien diferente a la habitual, cosas tan cotidianas como la epidermis de una cebolla. Comprendieron la necesidad de la tinción con azul de metileno, describían lo observado con exactitud y, con desparpajo, y te hablaban de la importancia de preparar bien la muestra, como si eso hubiese sido aprendido hace años, y no en ese mismo momento. De verdad que, les aseguro, estaban encantados.

Cuando se alejaron, saltando, hablando alto y reforzándose mutuamente de lo “chuli” que estaba siendo la experiencia de esa clase práctica, me di cuenta de lo icónico del día en el que la misma había tenido lugar. Porque fue un 11 de febrero, ayer, jornada elegida por Naciones Unidas para celebrar su “Día Internacional de la mujer y la niña en la ciencia”. Algo importante, no cabe duda, por la todavía vigente brecha entre hombres y mujeres en las profesiones científicas, sobre la que hoy quiero reflexionar.

Sí, ya sé que ser científico o científica no es, en general, fácil en nuestro país, y les aseguro que conozco el tema muy de primera mano, habiéndolo sufrido en primera persona. El diagnóstico es sencillo: unas pocas áreas prioritarias, muy poco presupuesto en términos relativos y, sobre todo, un muy alto nivel de desinterés y desconocimiento por parte de la sociedad en tal temática. Con tales mimbres, es fácil entender que desde la política y la gestión, allá donde se toman las decisiones, no haya una visión clara y estratégica en materia científica que apueste a largo plazo, sin ambages y sin permanentes espadas de Damocles sobre los que se quieran dedicar a esto, por el desarrollo de verdaderas políticas potentes en materia científica.

No todas son sombras, claro. Se hace más que antes, sí, pero todavía circunscrito a campos muy específicos, buscando un corto recorrido entre inversión y réditos en términos de empleo o desarrollo, y sin que exista una convicción generalizada de que es necesario invertir más y mejor para, quizá algún día, empezar a parecernos mucho más a los países con más tradición científica, en los que se produce mucho más, y en los que hay una mayor transferencia desde el ámbito científico al industrial y, por ende, a la economía y el PIB. Si a todo ello sumamos una organización y estructura obsoletas, carencia de incentivos, plantillas estáticas, y una abrumadora burocracia y falta de agilidad, la cosa se complica más. Para todos. Pero ellas, además, tienen algunas dificultades específicas.

Hoy hay campos donde las científicas superan numéricamente, con mucho, a sus compañeros hombres, en un calco de lo que está ocurriendo también en las promociones que salen de muchas facultades de ciencias, aunque en otras, como ingeniería, no lleguen globalmente al treinta por ciento. Pero no nos entusiasmemos demasiado, porque la brecha sí que existe y no es pequeña. Y es que, tomen nota, basta subir unos escalones en nuestras instituciones científicas para darnos cuenta de que, a nivel de gestión y directivo, la mujer no está tan presente como debería. Ellas están en la trinchera, pero el salto a las alturas, en general, es territorio de los hombres. Y existen también elementos socioculturales que, como ocurre en otras muchas profesiones de gran exigencia, lastran más las vidas de ellas. Estoy hablando de aspectos como el encaje de la maternidad en los plazos de las evaluaciones curriculares, de los cuidados en el ámbito de la familia o de la conciliación entre lo profesional y lo familiar y personal. Nada que no nos suene de muchos otros ámbitos.

Es importante que creamos en el papel de la ciencia en la sociedad, y en lo que la misma nos puede aportar. Y, asumido esto, que fomentemos que todas las personas —mujeres y hombres— puedan avanzar, por mérito y capacidad, en el conjunto de las disciplinas científicas. Esa será la forma de caminar a un mañana mejor, con esperanza en dicho futuro. Un futuro que les pertenecerá a las y los que ayer disfrutaban analizando aquella epidermis de la cebolla...