Durante cuatro décadas, una «victoria de la derecha» daba por sobreentendido sin necesidad de mayores precisiones un triunfo del Partido Popular. En Castilla y León ha caducado este automatismo, porque Vox ha multiplicado por trece sus apoyos. Pablo Casado ha alimentado a la fiera.

Con la izquierda reducida a menos del cuarenta por ciento de los sufragios emitidos y a un triste PSOE a solas, los conservadores y la ultraderecha moderada no solo han engullido casi íntegro el botín pseudocentrista de Ciudadanos. En unas autonómicas surge el bonito dilema sobre si los sufragios socialistas equivalentes a siete procuradores perdidos se han fugado al PP o a Vox. Así vota la España postpandemia.

El PSOE ha sido aplastado en la autonomía desdoblada de Castilla y León, pero la mayoría absoluta resultante pertenece a la derecha bifronte, no al PP. Cuesta encontrarle peros a quien presumiblemente conservará el gobierno de la comunidad, pero las autonómicas fueron adelantadas por el presidente estatal de los populares para desembarazarse de los enojosos Ciudadanos. En realidad, solo han servido para que avanzaran medio punto porcentual y dieran el espaldarazo a Vox, elevado a la categoría de heredero a la derecha aunque porcentualmente se limita a revalidar sus huestes en el Congreso de los Diputados.

Queda demostrado que Casado se equivoca más que Casero, y que ambos diputados del PP toman las decisiones fundamentales a los dados. El maniquí Mañueco gobernará confortablemente padeciendo a la ultraderecha, igual que antes sufrió a Ciudadanos dentro de su ejecutivo, una circunstancia que la izquierda derrotada sobrevalora para camuflar sus clamorosas carencias. Porque si los populares han fracasado en su exhibición de músculo, han desnudado a cambio las flaquezas del PSOE.

Nadie conoce la utilidad de Casado, y este enigma tampoco se resolvió ayer. El PP necesitaba una cuasihegemonía para reafirmarse, pero la izquierda ha exteriorizado su práctica insolvencia ni sumando las opciones uniprovinciales casi folklóricas. Tal vez solo desde el extrarradio quepa el asombro de que Soria Ya acumule tres diputados y más del cuarenta por ciento de los sufragios en su circunscripción. El fracaso de la España Vaciada, tan jaleada por los comentaristas, demuestra que el apelativo español estorba hoy a quienes tienen una provincia que defender, incluso en el núcleo fundacional del Estado.

El PSOE fue el partido más votado en Castilla y León en 2019, el annus mirabilis electoral de Pedro Sánchez. Si el PP siente el aliento de Vox en el cogote, los socialistas han perdido el veinte por ciento de sus diputados sin gobernar en Valladolid, pese a su estéril mayoría en cuatro provincias. Su desgaste deja claro que no pueden garantizar ahora mismo una victoria de enjundia a escala estatal.

Tras la derrota estrepitosa de las izquierdas, unas hipotéticas elecciones generales señalan hoy una mayoría suficiente de PP y Vox, probablemente en este orden. En efecto, el Gobierno resultante tendrá un presidente de Vox y un vicepresidente de la democracia iliberal. Lo impensable deja de ser una hipótesis.

Ciudadanos y Podemos suman tres diputados, los mismos que Soria Ya en una sola circunscripción. Yolanda Díaz fue cancelada en la reforma laboral y ayer se entonó su réquiem, también el PSOE puede felicitarse de su ingente labor de descrédito de sus vecinos. En cuanto a los resultados apocalípticos de la marca naranja del PP, no impedirán que Madrid siga tratando a Arrimadas como si fuera la alternativa a algo más que a sí misma.