Para Alberto Núñez Feijóo, Isabel Díaz Ayuso es una persona "honorable". Ya lo sabe él. Lo sabe antes que el todavía presidente del Partido Popular, Pablo Casado, que denunció públicamente la honorabilidad de la presidenta madrileña. Lo sabe antes que los partidos de la oposición en la Asamblea de Madrid, que han llevado ante la Justicia los contratos con la Administración del hermano de Ayuso. Lo sabe antes, incluso, que la propia Fiscalía Anticorrupción, a la que aún no le ha dado tiempo a revisar un papel y ya conoce, por boca del líder gallego, que no merece la pena meneallo porque el comportamiento honorable de Isabel Díaz Ayuso está fuera de toda duda. Abracadabra.

Ha dicho Feijóo de Ayuso: "Es la presidenta de la Comunidad de Madrid y, por tanto, una persona honorable que vamos a defender porque no nos presenta dudas su honorabilidad". Honorable: "Que es honrado y merece el respeto o la estima de los demás". Lo bueno de las bellas artes es que se les puede echar mano para explicar cualquier cosa, sea de la vida cotidiana o forme parte de la alta política. La declamación es una de ellas y nunca está de más revisar a Shakespeare o, si se prefiere, su versión más moderna. Si aplicamos al presidente de la Xunta el estereotipo aplicado a su lugar de origen, conviene volver a la versión de Julio César que llevó a la pantalla Joseph L. Mankiewicz en 1953 y deleitarse con aquel prodigioso discurso que Marlon Brando (Marco Antonio) extrajo de las entrañas, hasta convertirlo en un hito interpretativo nacido del Actor’s Studio. Lo recordarán algunos: "Con la venia de Bruto y los demás -pues Bruto es un hombre honrado, como son todos ellos, hombres todos honrados- vengo a hablar en el funeral de César". Hasta el final de la escena no se sabe si Marco Antonio está honrando a Bruto o vilipendiándolo ante el gentío, como efectivamente ocurre. Ahora, cambien ustedes los nombres que quieran.

A falta de un mes para que Alberto Núñez Feijóo sea ungido presidente del Partido Popular y, por consiguiente, líder de la principal formación de centro derecha de este país durante los próximos años, al presidente gallego ya le han mostrado el camino. Desde la honorabilidad, como no podía ser de otro modo: "Nunca había visto estas prácticas", se refería Díaz Ayuso al supuesto espionaje de que presuntamente fue objeto desde la calle Génova. "Y no creo tampoco en las heridas cerradas en falso [Ni olvida…]. Y por eso lo que sí que pido es que todo el que haya formado parte de esta campaña sea inmediatamente puesto en la calle […ni perdona]". Pero Bruto es un hombre honrado, como son todos ellos, hombres todos honrados.

Pensarán algunos que para este viaje no hacían falta alforjas. Con Casado o sin él, con Feijóo o sin él, parece que el Partido Popular se empeña en no querer moverse de la misma casilla en la que lleva jugando hace años. La carnicería desatada en las filas populares desde que se conoció la supuesta trama de espionaje, primero, y los negocios de Tomás Díaz Ayuso, después, obligan al futuro presidente a gestionar una herencia idéntica a la que llevan administrando, escándalo tras escándalo, quienes han tratado de insuflar honorabilidad a las siglas de la gaviota, gobernadas cíclicamente por tantos Brutos como Césares, todos personas honradas. Feijóo ha vuelto a echar los dados.

En las cimas del poder, bien lo supo César, uno nunca sabe cuándo acaba la humanidad y dónde empieza la política. Lo mismo ocurre en la guerra. Feijóo ha ejercido de gallego antes de su coronación, y el tiempo dirá si el discurso shakesperiano se enmarca en el contexto de lo humano o en el de lo político. A Pablo Casado, esta vez, le ha tocado el papel de César, asesinado tras la conspiración de sus senadores en los Idus de Marzo. Es responsabilidad del presidente de la Xunta que la historia no se repita. Pero su éxito electoral depende de la pacificación del partido, más controlado que nunca por los mismos barones que han derribado a Casado.

A la muerte de César le siguió una guerra civil y un periodo autocrático que demostró inútil el contubernio contra el gobernante. Pasar por alto que un hermano de la presidenta de Madrid hizo negocios con esta administración en lo peor de la pandemia sería un gesto tan decepcionante como peligroso para las expectativas que dirigentes, votantes y afiliados del PP tienen ya puestas en su futuro presidente. Es un buen momento para demostrar esa honradez.