La Opinión de A Coruña

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José Manuel Ponte

Inventario de perplejidades

José Manuel Ponte

Avance imparable del feminismo

La conmemoración del Día de la Mujer ha servido de pretexto a muchos hombres para reafirmarse en criterios reaccionarios sobre el derecho a la igualdad de género. Una batalla afortunadamente perdida porque durante los últimos años del siglo XIX, del siglo XX entero, y lo que llevamos del siglo XXI, las mujeres han ganado cuotas de poder en actividades reservadas tradicionalmente a los hombres. Basta con entrar en una dependencia judicial, en una universidad, en un hospital, en una gran superficie comercial o en cualquier otro ámbito de la actividad humana, para darse cuenta de que las mujeres son mayoría. Incluso en los deportes donde el vigor físico del varón permite mayores prestaciones de forma natural, las mujeres han sabido ofrecer espectáculo e interesar al público.

El caso del fútbol, el deporte masculino de masas por excelencia, (en Estados Unidos la competición femenina es la primera en concitar el interés de los aficionados), es el mejor ejemplo de una tendencia al parecer imparable. Desde la lucha por el derecho al voto de las sufragistas británicas hasta la presencia de mujeres en los gobiernos de importantes naciones, el avance ha sido extraordinario. Aunque todavía faltan territorios donde hacer efectivo el derecho a la equidad. La edad nos ha permitido, por ejemplo, asistir al bochornoso espectáculo de ver cómo compañeras de licenciatura, de doctorado, de oposiciones, o de cualquier otra forma de medir el talento, todavía se veían obligadas a pedir autorización a sus maridos para sencillos actos de disposición. Como si fueran personas necesitadas de tutela. Un prejuicio que se resistió a desaparecer en reductos ‘a priori’ impensables, tales como sociedades deportivas, académicas, o de simple esparcimiento.

Aun no hace mucho tiempo, en una importante -y hermosa- ciudad del sur de España, un juzgado tuvo que declarar ilegal un artículo del estatuto societario que excluía a las mujeres del derecho a utilizar las instalaciones del club. Un reducto reaccionario al que solo podían acceder los varones de determinada clase social, lo que aun reducía más el ámbito de la exclusividad. Gracias a un querido amigo coruñés casado con una andaluza pude conocer la entidad, antes y después de la sentencia. Los primeros momentos del asalto femenino fueron complicados.

Los socios varones, acostumbrados a desplazarse por el interior del edificio con desahogada naturalidad, olvidaban que ahora debían de guardar las formas. Pero no ponían mucho empeño en la tarea. Y cuando les entraban las ganas de desaguar, iban camino de los urinarios, abriéndole la jaula al canario con total desfachatez. En los baños había unos grandes bidés con forma de guitarra. Pregunté por su utilidad y me contestaron que rendían muy buen servicio cuando apretaba el calor. Para bajar la temperatura corporal se sumergían los bajos en el agua fresca y el socio quedaba aliviado.

Entre los habituales figuraba Curro Romero, el torero de Camas considerado por bastantes aficionados como el más artista de los matadores los días que estaba inspirado. Que no eran muchos. Antes de dar por concluido este artículo, es obligado recordar que también hubo mujeres en el escalafón taurino. Lo dicho. Quizás sea el feminismo la ideología de que eche mano la especie para salvarnos de tentaciones apocalípticas. Si llega a tiempo . . .

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