La Opinión de A Coruña

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José Manuel Ponte

Inventario de perplejidades

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La ‘cretinización’ de las masas

El escritor y periodista Juan Manuel de Prada publica en su columna de ABC un artículo bajo el título de La otra guerra de Ucrania que, a no dudar, resultará polémico. Entre otras cosas porque se moja al opinar a contracorriente de la riada propagandística que siguió a la invasión por el ejército ruso del disputado territorio ucranio, escenario de una guerra civil desde hace, por lo menos, ocho años. Un conflicto (De Prada cita datos de la ONU) que había costado, en diciembre del pasado año, 14.300 muertos y 38.000 heridos, de los cuales 3.404 muertos y más de 8.000 heridos han sido víctimas civiles inocentes. Además de esta trágica contabilidad (“masacre silenciosa”, le llama De Prada) cientos de miles de personas de la población prorrusa se han visto obligadas a abandonar sus hogares y a sufrir discriminación por parte de unas autoridades que no reconocían como suyas. “Mientras tanto, la población civil del Donbás era asesinada —escribe el periodista— por el Gobierno ucraniano, con el apoyo de las naciones occidentales, que les enviaban armas de uso exclusivamente militar (más o menos como ahora mismo está haciendo el Gobierno español que ha cambiado de opinión en 24 horas, se supone que, previa llamada al orden por parte de la OTAN.

Esta de Ucrania es una más de las guerras olvidadas por los que De Prada llama “medios de cretinización de masas”. “Unos medios que se manifiestan especialmente activos en tiempo de guerra, momento en el que la información (mejor dicho, la desinformación) se convierte en un arma imprescindible. Si las noticias hubieran fluido con vocación de objetividad, nos hubiéramos enterado de que Zelenski, ese cómico profesional que ha llegado a presidente, no es un trigo tan limpio como nos lo quieren presentar. Por lo menos, no tan limpio como el que se cosecha en las feraces llanuras ucranias.

De momento, lo que pasan las televisiones son imágenes de miles de personas huyendo de la guerra en condiciones penosas, sobre todo las mujeres, los niños y los ancianos, que es lo que excita más la piedad de la audiencia. La sofisticación de los medios audiovisuales permite construir escenas con aspecto de veracidad e incluso ofrecer como recientes episodios que ya tienen una cierta antigüedad en los archivos. Nada es lo que parece. Capítulo aparte merece la figura del presidente de Rusia, Vladímir Putin, equiparable a la de Satanás, si es que tal personaje de ficción existiese de verdad.

Y no hay maldad que no se le atribuya. Desde asesinar con veneno a los que le disputan el poder hasta ordenar el bombardeo indiscriminado de hospitales, parvularios, escuelas y residencias de ancianos. Pero lo más chocante de todo es que, en paralelo a esa afición enfermiza por disfrutar del crimen en sus más variadas formas, Putin acredita ser un hombre con limitadas capacidades mentales, una perturbación que le impide darse cuenta de que se ha metido en una ratonera de la que le será casi imposible salir excepto para enfrentarse al Tribunal Penal Internacional, acusado de horrendos crímenes de guerra. Hay que felicitar a De Prada, escritor y periodista de orientación católica, por no comulgar con piedras de molino.

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