Buenos días. Me encanta el ajedrez. Siempre ha sido así, aunque nunca he podido pasar de un nivel medio o medio bajo, en términos absolutos. ¿Por qué? Pues, entre otras muchas cosas, por mis dificultades para encontrar con quién dedicar algunos ratos a tan apasionante disciplina. No encontrar personas, a veces no encontrar el tiempo y, siempre, vivir en entornos donde no llama especialmente la atención esta actividad. Una verdadera pena, porque siempre he sido muy feliz delante de un tablero, gane o pierda.

Hay partidas de ajedrez que poco tienen que ver con el juego atribuido por alguna leyenda a un sabio que pidió al poderoso un humilde grano de trigo por el primer escaque, duplicando progresivamente la misma para cada uno de los sesenta y tres restantes, y dando una verdadera lección de Matemáticas. Sí, hay partidas de ajedrez, en el sentido más figurado de la palabra, que no se juegan sobre un tablero. Pero que, desgraciadamente, tienen a veces consecuencias negativas para la sociedad.

Alberto Núñez Feijóo es ya el presidente in pectore del Partido Popular. Es verdad que, en el sentido más estricto de la palabra, es hoy únicamente un candidato. El único candidato. Pero cualquiera que sepa un poco cómo se teje la urdimbre en tales telas, adivinará que no se materializa hoy ya un simple retazo de cualquier cosa estratégica o muy importante en tal formación sin que él, como mínimo, esté informado de forma minuciosa de la cuestión que se dirime y sin que, por lo menos, haya renunciado a plantear objeciones absolutas o enmiendas a la totalidad sobre tal movimiento. No es para menos, y yo mismo, recogiendo el partido en el estado en el que lo hace, exigiría lo propio para hacerme cargo de un barco con varias vías de agua. Es lo menos que se puede solicitar: tener un control total de las cuestiones críticas y estratégicas, que marcarán —sin duda— el presente y el posible futuro de esa formación política.

Me apuro a indicarles, como ya habrán entendido, que les cuento todo esto a partir del reciente anuncio del acuerdo entre el Partido Popular y Vox para la puesta en marcha de un nuevo Gobierno en Castilla y León, en el que se le concede, de forma inédita hasta ahora, una importante cuota de poder a la formación verde. Algo que, diga lo que se diga de cara a la galería, ha de estar bendecido necesariamente —o, por lo menos, no repudiado explícitamente— por el próximo líder del partido, todavía no presidente, pero que será aclamado y nombrado “a la búlgara” en el próximo Congreso de abril.

Y ahí empieza todo: peón 4 rey. Se inicia la partida. Y se inicia mal, desde mi punto de vista. Muy mal. Porque creo sinceramente que, aunque piense que no, el Partido Popular de Mañueco tenía otros mimbres para construir la realidad muy diferentes del dar cancha a quien polariza la realidad, introduce tensión innecesaria y rompe, en definitiva, la sociedad. Ya sé que esto es opinable, claro, pero esta es una columna de opinión, y esta es la mía. Como lo es el hecho de que, a partir de aquí, el Partido Popular sigue ahondando así, siempre desde mi punto de vista, en la brecha que hoy le hace daño. Una larga grieta que nunca se cerró desde la sucesión de Mariano Rajoy, que llevó a poner a alguien interino hasta que las cosas estuvieron maduras para un cambio pensado mucho antes, y que será ensanchada y profundizada con la incorporación de un compañero de viaje de tal índole —Vox—, incompatible con muchos de los valores sustentados, al menos oficialmente, por los azules. Estoy seguro de que, antes o después, o se corta esta deriva o la consecuencia de la misma para el Partido Popular será un desastre.

Y es que yo no descartaría un escenario en el que Vox, si sigue recibiendo oxígeno del PP, pueda terminar fagocitando al mismo. ¿Cómo? Pues por un movimiento hacia el centro de sus horrorizados votantes más ajenos a Vox y a lo que representa, en un contexto en el que tampoco sería extraño que opciones de ámbito más reducido que el nacional —autonómico, por ejemplo—, nuevas propuestas o el PSOE capitalizasen otra parte del voto del electorado hoy del Partido Popular. Y, así las cosas, si nos quedamos con la parte más a la derecha del PP —que haberla, “haila”— ¿por qué descartar que el proceso de crecimiento de Vox y de posible menguado de la formación que aún sigue liderando nominalmente Casado termine con la disolución de esta última en la primera? No se lo tomen a broma, porque es algo posible, sí. Y cualquier cosa de tal estilo empezaría, fíjense, con este Peón 4 Rey de hoy. Esta cesión a Vox, justamente esta. Una nefasta primera jugada donde Feijóo, desde mi punto de vista, podría haber hecho algo distinto, cambiando el ritmo y planteando un órdago para hacer las cosas de otra manera. Sí, vetando ya este acuerdo hasta hoy impensable y conjurado por los azules, que creo que ni su nuevo socio se creía que pudiese realmente materializarse, y abriendo al PP a nuevos tiempos, nuevas miras y nuevas posibilidades más hacia el centro que, sin duda, le fortalecerían.

Pero no me hagan demasiado caso. Al fin y al cabo, esta es una humilde columna de opinión, y yo solamente un enamorado del ajedrez un tanto frustrado por jugar poco...