La Opinión de A Coruña

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Juan José Millás

Treinta días

La posibilidad de acelerar los contenidos que ofrecen algunas plataformas televisivas constituye en parte la realización de un sueño de la infancia: el de aligerar la realidad para alcanzar cuanto antes el objeto de deseo. El objeto de deseo de la infancia es el de ser adulto. La mayoría de los niños, si pudieran, eliminarían el paso por la adolescencia para alcanzar directamente la juventud. Y desde la juventud, dada la escasez de horizonte y de posibilidades laborales de los jóvenes, adelantarían el reloj o el calendario para plantarse en la madurez. Pero la madurez no es fácil: hay que lidiar con la contabilidad de los años anteriores, cuyos resultados no siempre son satisfactorios. Si pudiéramos alcanzar la vejez con el mismo botón del mando de la tele con el que aceleramos un documental, tal vez lo haríamos.

Significa que una existencia media duraría meses debido a esa prisa puesta al servicio de alcanzar el deseo. Pero el deseo, según Lacan (con perdón) carece de objeto. Por eso hay tanta gente que fracasa al triunfar, porque no era eso lo que buscaban, aunque parecía que sí. El objeto es un señuelo que se presenta en forma de éxito económico, de éxito sentimental, de éxito laboral, de éxito político… Hay tantas clases de éxitos como de subjetividades. El problema es que, una vez alcanzado, sabe a poco, y sabe a poco porque no hay nada en el mundo capaz de proporcionarnos el estado de completud que metaforiza cada una de esas conquistas. Estamos incompletos, pero incompletos ¿de qué? Tal es la cuestión: ¿dónde se encuentra aquello capaz de llenarnos de tal forma que dijéramos: hasta aquí hemos llegado?

Nada. No existe. Amancio Ortega continúa adquiriendo de forma desesperada edificios de dieciocho plantas en todas las grandes ciudades del mundo. No se cansa, pese a su edad, de acumular bienes inmuebles porque en ellos ha puesto sus complacencias. Pero no hay ninguno que consiga saciarle, de otro modo ya habría dejado de adquirirlos para dedicarse a la meditación trascendental. Cuando se invente un acelerador de la vida semejante al de los mensajes de voz del wasap, viviremos lo mismo que la mosca del vinagre: unos treinta días.

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