La Opinión de A Coruña

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Elena Fernández-Pello

Las chicas son guerreras

El 21 de septiembre de 2012 tres muchachas irrumpieron en la catedral de Cristo Salvador de Moscú para dar un concierto no autorizado. Tocaron Holy shit y en esa canción rogaban a la Virgen María que librara a la humanidad de Putin, una súplica que por ahora no ha sido atendida. El concierto duró lo que tardó en llegar la Policía, fueron detenidas, juzgadas y condenadas a dos años de cárcel. Desde entonces las Pussy Riot, un grupo de mujeres que disparan contra el Gobierno ruso con música punk-rock y acciones artísticas, no han parado de entrar y salir de la cárcel. Han denunciado torturas en prisión y tienen limitada su libertad de movimiento con pulseras de localización. Las Pussy Riot son más que una banda de punk rock, son un colectivo en el que militan algo más de una decena de personas, no solo mujeres, también algún hombre en la parte técnica, y se hicieron muy populares en Occidente tras aquella acción del 2012. En 2018 protagonizaron otra sonada protesta, al colarse en el campo de juego disfrazadas de policías en la final del Mundial de fútbol que se disputaba en Rusia.

Hace unos años, Madonna las invitó a tocar con ella en un concierto organizado por Amnistía Internacional. Con sus pasamontañas y sus vestidos de colores son inconfundibles, desconcertantes, inquietantes, aunque su estética y su puesta en escena no deben distraernos de que su intención es política. Están alineadas con organizaciones como Femen, L’Amazone o, más aún, con Las Tesis, con las que han realizado alguna colaboración. Todas utilizan el arte y la provocación como armas y descartan el recurso a la violencia. El movimiento feminista es, por definición y en contraposición con el modelo patriarcal, pacifista.

Las Pussy Riot llevan meses haciendo campaña en favor del líder de la oposición rusa Alexei Navalni y una de sus miembros ha sido condenada recientemente a un año de libertad restringida por convocar una manifestación no autorizada para exigir su excarcelación, en plena pandemia de coronavirus. Las Pussy Riot han sido de las primeras en posicionarse dentro de su país en contra de la invasión de Ucrania, han subastado una bandera ucraniana en NFT, el formato virtual de moda en el mercado del arte, y en menos de una semana han conseguido recaudado seis millones de euros para financiar atención médica para las víctimas de la guerra. Hace unos días, una de las activistas más conocidas de la Pussy Riot, Nadya Tolokónnikova, tomó la palabra en un concierto en Nueva York y proclamó: “Odio la guerra. Amo la paz. Apoyo a Ucrania. A la mierda Putin”.

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