La Opinión de A Coruña

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El pasado viernes el ministro de Asuntos Exteriores anunció de forma sorpresiva un cambio trascendental en la posición que España ha mantenido durante los últimos 47 años sobre el contencioso del Sáhara Occidental. La nueva postura española se pliega a lo que Marruecos desea y me suscita los comentarios siguientes:

1. España abandonó el Sáhara Occidental como consecuencia de la Marcha Verde, cuando el general Franco agonizaba. La forma en que se produjo aquella retirada produjo heridas en la izquierda, que consideró que se abandonaba a los saharauis, y también en la derecha, que vio comprometido el honor de nuestras Fuerzas Armadas. Esas heridas todavía no han cicatrizado y contribuyen a cimentar la desconfianza con la que desde hace muchos años se ve a nuestro vecino del sur.

2. Con objeto de intentar sustraer el problema del ámbito de la relación bilateral, España se refugió bajo el paraguas de las Naciones Unidas, que consideraban que el Sáhara constituía un problema de descolonización pendiente que exigía un referéndum de autodeterminación. Posteriormente, con el paso de los años, la posición fue derivando hacia una solución mutuamente aceptada por las partes, que son Marruecos y el Frente Polisario.

3. La decisión de Donald Trump de reconocer la soberanía marroquí sobre el Sáhara a cambio de que Marruecos estableciera relaciones diplomáticas con Israel alteró la situación. Rabat, crecido, pretendió que los demás hiciéramos lo mismo y presionó a Alemania, que entonces tenía la presidencia de la Unión Europea, y a España. También le llevó a romper relaciones con Argelia, que siempre ha sido la principal valedora del Frente Polisario, lo que llevó a Argel a cerrar el gasoducto que nos traía gas hasta Algeciras, atravesando antes territorio marroquí. Hoy las espadas siguen en alto entre Marruecos y Argelia, Alemania cedió al poco tiempo y parece que nosotros lo hemos hecho ahora.

4. La decisión del Gobierno ha puesto nuevamente de relieve grietas graves en la coalición PSOE/UP, con los segundos indignados ante el cambio de postura. Al parecer, Pedro Sánchez no consultó la decisión con ellos ni tampoco con la oposición. Este es un asunto importante de política exterior que exige consenso y no ser enfocado con una óptica partidista, que arriesga una vuelta atrás en caso de cambio de Gobierno. Los países serios buscan grandes acuerdos entre las fuerzas políticas antes de cambiar políticas con medio siglo de vigencia.

5. El Gobierno debe tener razones fuertes para hacer lo que ha hecho. Debe explicarlas. Albares ha dicho que la propuesta marroquí de autonomía para el Sáhara es la “más seria, realista y creíble” e ignoro en qué se basa para afirmarlo. “Seria” es también la solución que defiende la ONU, y “creíble” exige que la otra parte la pueda aceptar y el FP no parece dispuesto a ello. Me quedo con que es “realista”, porque tras cuatro años en Marruecos no he encontrado a un solo marroquí, de ninguna inclinación política, que acepte hacer un referéndum. A las dificultades que plantea el censo se añade así la firme voluntad marroquí de no hacerlo. Y por eso la ONU, últimamente, ya no hablaba de él sino de una solución mutuamente aceptada. Por eso, lo deseable es que los saharauis acepten la autonomía porque es lo máximo que pueden conseguir. Realpolitik, que se dice. El Movimiento de Saharauis por La Paz ya lo ha hecho.

6. Una autonomía en un marco de una democracia perfectible, como es la marroquí, exige garantías. ¿Aceptaría Marruecos que esas garantías fueran internacionales? Son las únicas que podrían garantizarla.

7. El momento elegido para anunciar este cambio de postura hace pensar que el Gobierno, con cierta ingenuidad, ha querido aprovechar la invasión de Ucrania para intentar colarla con el menor ruido mediático. El hecho de que se produzca mientras la embajadora marroquí aún no ha regresado a su puesto en Madrid refuerza la impresión de cesión ante Marruecos.

8. El presidente Pedro Sánchez debe una explicación parlamentaria de las razones que le han llevado a cambiar una posición que España mantiene desde hace medio siglo. Pueden ser muy respetables pero debe explicárnoslas. La democracia lo exige. De otra forma, será inevitable recordar a Groucho Marx cuando decía: “Señora, estos son mis principios, pero no se preocupe porque si no le gustan tengo otros”.

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