La Opinión de A Coruña

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José Manuel Ponte

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Algo más que arena en el desierto

Parece ser que, cuando el general Franco fue informado en el lecho donde agonizaba del avance de la marcha verde hacia el Sáhara occidental, intentó bajarse de la mesa de operaciones al tiempo que pedía el uniforme y el espadín correspondientes a su alta dignidad como Generalísimo del Ejército. Una reacción lógica en un hombre que había llegado a lo más alto del escalafón militar gracias a los méritos contraídos en los campos de batalla del Norte de África. Entonces (año 1975) el Sáhara occidental estaba considerado como una provincia española y los procuradores de las Cortes franquistas, en representación de ese territorio, acudían a los plenos ataviados con unos espectaculares ropajes regionales, que incluían chilaba y turbante. Lo cierto es que, el Parlamento de la Dictadura podría adolecer de falta de democracia, pero no tenía rival en cuanto a vestuario. Daba gusto ver en el hemiciclo a los obispos luciendo el morado de su traje talar; a los procuradores embutidos en unas casacas blancas sobre el fondo azul falangista de aquella famosa camisa, “que tú bordaste en rojo ayer”; a las no menos rojas boinas de los requetés navarros; a los negros tricornios charolados de la Guardia Civil rematando el verde oliva de su uniforme; y a los representantes de los tres ejércitos (Tierra, Mar y Aire) luciendo los colores reglamentarios de cada arma. En resumen, una enorme pajarera multicolor. El esfuerzo agonístico del general Franco por preservar la españolidad del Sáhara occidental no prosperó y la marcha verde formada por miles de marroquíes desarmados siguió avanzando según el plan ideado por el rey de Marruecos, Hassan II, con apoyo de Estados Unidos. La coyuntura no podía ser más favorable para los propósitos de los invasores. Franco agonizaba, en Madrid ocupaba provisionalmente la jefatura del Estado Juan Carlos de Borbón, el designado por el dictador ferrolano como su sucesor, y en el Ejército no hubo nadie que tomase la responsabilidad de parar por la fuerza a los excursionistas marroquíes. Los historiadores nos contarán cómo se tramó la operación que, a buen seguro, tuvo unos patrocinadores avispados. Pero nada tendrá remedio ni vuelta atrás. Cuando se sepa la verdad, ya tendrán a buen recaudo los comisionistas unas más que sabrosas comisiones. Porque a nadie se le oculta que, con la entrega del territorio, además de infinitas toneladas de arena del desierto, España cedió la explotación del riquísimo banco pesquero sahariano. Y cedió también los yacimientos de fosfatos y los derechos sobre explotaciones mineras. Creímos que con esa inexplicable cesión a Marruecos el contencioso con Rabat quedaría reducido a eventuales roces vecinales, pero estábamos equivocados. La filtración de la carta que el presidente Sánchez ha dirigido al rey de Marruecos anunciándole que acepta la conversión del territorio sahariano en una comunidad autónoma bajo soberanía marroquí ha caído como una bomba. Y lo ha hecho por sorpresa, sin avisar a nadie. Ni siquiera a los miembros de su propio Gobierno. Extraño comportamiento.

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