La Opinión de A Coruña

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Fernando Ontañón

Palabra por palabra

Fernando Ontañón

Primavera a pesar de todo

Si es posible tener una estación favorita, la mía es el otoño. Y, no obstante, me parece de lo más oportuno recibir este año la primavera con todas las ganas del mundo, hacer nuestra su engorrosa inestabilidad atmosférica, el irritante castigo de las múltiples alergias que acechan en el aire más tibio de finales marzo e incluso esa astenia que altera nuestros ritmos y a veces nos deja para el arrastre. Deberíamos celebrar la fiesta de la primavera igual que hacíamos de estudiantes (desconozco si la tradición continúa) y echarnos a la calle desnudos de tecnología, y llenar los parques y las plazas y comernos las flores y tumbarnos al sol o a la sombra con un buen libro, uno de esos que no parece una salchicha, y escuchar la música que quizá interpreten quienes hayan salido de casa con sus instrumentos a cuestas, esos músicos locos que no salen en las revistas de moda, que animan los bares y los pequeños pubs de las ciudades, que viven de tocar cara a cara con la gente. Personas como nosotras, que no gastaríamos un solo céntimo en armamento, que le diríamos a Sánchez que cogiese ese dinero y mucho más y lo invirtiese en Sanidad y Educación, que nos importa bien poco el pasado de grandeza de cualquier país y nos la traen al fresco sus héroes sanguinarios, sus banderas y sus mitos, que sabemos con certeza que solo hay una vida y que la tenemos delante de nuestras narices. Deberíamos aprovechar el buen tiempo para manifestarnos a favor de las cosas que merecen la pena, discretamente, cada una a lo suyo, una manifestación íntima de placeres vitales y egoístas, excesivos, interesados y, por supuesto, absolutamente inofensivos. Desconectarnos, olvidarnos por un momento de toda la mierda que tenemos encima: las facturas sangrantes, los sueldos miserables, el frío que hemos pasado este maldito invierno, la soledad y el miedo de estos dos últimos años de pandemia, y ahora esta locura guerrera intolerable que perpetúa los toques de queda y la muerte ignominiosa de las mismas de siempre. Dejar de lado todo lo importante: la geopolítica de los asesinos, la economía de los millonarios, el nacionalismo identitario de mafiosos y malversadores, la intimidad de los famosos, los problemas de honradez de los monarcas, la violencia sexual del casto clero… Olvidarnos de todo por un momento. Salir ahí afuera y dejar que el sol nos queme un poco la piel, aunque sea tan dañino como dicen, y beber un poco de vino, aunque el alcohol sea tan perjudicial, y fumarnos unos porritos, aunque sea tan ilegal, y tumbarnos a holgazanear, aunque esté tan mal visto, y no hacer nada de nada, detenernos, pararlo todo y pararnos a pensar, cada una en sus cosas, esas que no parecen tan importantes, qué sé yo: que estamos vivas, que somos hijas o padres, que tenemos amigos y parejas, que nos gusta que nos rasquen la espalda. Que es primavera, a pesar del Corte Inglés.

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