Si en lugar de hoy estuviera escribiendo estas reflexiones en 1923 —e incluso bastante tiempo después—, en lugar de pareja, habría empleado la palabra matrimonio. Lo advierto porque voy a referirme a un tema, el matrimonio, sobre el que reflexionó Gibran Khalil Gibran en su obra El Profeta publicada en el citado año. Pero como pretendo que mis ideas tengan actualidad, comienzo por sustituir en el título la palabra “matrimonio” por la de “pareja” con el fin de referirme en general “a la unión entre compañeros o compañeras del sexo opuesto o, en las parejas homosexuales, del mismo sexo” (acepción 6 según el Diccionario de la RAE).

A decir verdad, las palabras de Al-Mustafá, el Profeta, sobre el tema reseñado, están, en mi sentir, entre las más acertadas de todas las que figuran en la obra. Por lo menos, unas de las que más me han invitado a meditar. Y, aunque es un misterio el porqué se forman las parejas y por qué se separan, y, por tanto, parece que habría poco que decir, voy a comentar la visión que tenía Al-Mustafá sobre el matrimonio por si pudiéramos extraer de ella alguna conclusión sobre cuestión tan espinosa.

La idea de la que parte El Profeta es que, desde que se forma la pareja, la unión es para siempre; se entra en el “hasta que la muerte nos separe”, porque, en principio, la pareja es una unión nacida para perpetuarse en el tiempo. Así se desprende de sus primeras palabras. Al-Mustafá comienza diciendo “habéis nacido juntos y juntos permaneceréis para todo y para siempre”, y añade que la pareja seguirá junta “cuando las blancas alas de la muerte dispersen vuestros días”. Para El Profeta la unión entre los miembros de la pareja es, pues, indisoluble, porque habla de un nacimiento conjunto y una permanencia “para todo y para siempre”.

Hoy las cosas son, sin embargo, bien distintas. La realidad actualmente generalizada es que las parejas, si bien siguen lógicamente naciendo juntas, no suelen durar “para todo y para siempre”. No creo exagerar, por eso, si digo que muchas de las parejas nacen con fecha de caducidad, aunque sea incierto el momento en el que tendrá lugar su separación. Es como si los propios miembros de la pareja la constituyeran convencidos de que es una unión temporal que durará mientras resulte conveniente.

No me gustaría que se viera en estas últimas palabras una crítica velada al hecho de que muchas de las parejas se separen. Nada más lejos de mi propósito, porque cuando la pareja opta por la separación y el divorcio suele escoger el menor de los males. Solo quiero reflejar un hecho que lamento. Porque cuando la relación se quiebra suelen quedar solo pedazos de algo que estuvo bien y en los corazones rotos suele anidar durante tiempo el desamor, la tristeza y el dolor. Personalmente me gustaría que se hiciera realidad la utopía de que nadie que viene del maravilloso mundo del amor tuviera que experimentar la amargura de la separación.

Sentada la indisolubilidad de la unión de la pareja, la otra idea esencial que preside el pensamiento de El Profeta es que la relación entre la pareja la conforman el binomio cercanía y distancia. Sus palabras sobre este punto me parecen, como decía anteriormente, un indiscutible acierto.

Lo primero que aconseja Al-Mustafá es que haya espacio en la comunicación entre la pareja y que los vientos del cielo dancen entre ellos. Estoy de acuerdo con él en que entre la pareja tiene que haber unión, pero también distancia. Y no tanto física cuanto espiritual: el espacio entre las dos personalidades de los miembros de la pareja permite contemplarlas en su totalidad, y que ambas se desarrollen porque ninguna tapa a la otra y las dos pueden brillar por sí mismas.

Esta es la idea que late en los siguientes pasajes de la obra: “Amaos uno al otro, pero no hagáis del amor una traba”. “Llenaos las copas el uno al otro, pero no bebáis en una sola copa”. “Compartid vuestro pan, pero no comáis del mismo trozo”. Y remata con la siguiente admonición: “Bailad y cantad juntos y sed alegres; pero permitid que cada uno pueda estar solo, al igual que las cuerdas del laúd están separadas y, no obstante, vibran con la misma armonía”.

Al-Mustafá advierte a las parejas del agobio que puede producir en la relación el que uno de los implicados sea absorbente. Unirse en pareja es que se junten dos almas independientes, no que una absorba a la otra hasta fundirse e integrarse en una sola personalidad. La pareja debe suponer que convivan dos “yo” en una relación de influencia recíproca, de modo tal que cada “yo” por separado acabe siendo el mejor “yo” del otro miembro de la pareja. Como remata el Profeta “daos vuestro corazón, pero no lo entreguéis en custodia”.

No sería sincero si no dijera que la mayor dificultad para convivir en pareja es dejar que el otro se desarrolle y viva en completa libertad. Pero también es la mayor riqueza: es cuando la pareja es una verdadera unión entre seres humanos, una verdadera concordia de sus ánimos y voluntades.

Por eso, comparto enteramente el parecer de Al-Mustafá cuando escribe: “Vivid juntos, pero tampoco demasiado próximos (creo que se refiere más a la distancia espiritual que física); ya que los pilares del templo se erigen a distancia, y la encina y el ciprés no crecen a la sombra uno del otro”.

Hay que convivir —me parece a mí— dejando que corra el aire entre ambos. Solo aquel de la pareja que se sienta inseguro será el que puede sentir temor de la distancia. Y es que en la pareja no debe haber un astro y un satélite, sino dos astros que brillen ambos con luz propia.