La Opinión de A Coruña

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Carles Francino

‘Con la escopeta al hombro’

Con la escopeta al hombro. Ese es el título de uno de los primeros libros que recuerdo haber visto por casa. Lo asocio a la imagen de mi padre, las gafas apoyadas en el puente de la nariz, leyendo las peripecias de Miguel Delibes en busca de su idolatrada perdiz roja. Supongo que esa aportación literaria tuvo algo que ver con que algunos de sus hijos —no todos— nos aficionáramos a la caza menor. Cincuenta años después yo sigo recorriendo kilómetros en busca de perdices y conejos por tierras castellanas, mientras mis dos hermanos viven entregados en cuerpo y alma a perseguir jabalíes por el Priorat; un poco como Obélix, pero sin menhires.

Con ellos he comentado la escasa relevancia mediática que ha tenido la —nutrida— presencia de cazadores en la gran manifestación rural de Madrid. Y cuando me han preguntado no he sabido responderles si ese ninguneo es deliberado, involuntario, fruto de la ignorancia o de los prejuicios. Es posible que haya de todo porque la caza se ha convertido desde hace tiempo en un incómodo elemento de debate, aunque no creo que silenciarlo sea la mejor solución. Tampoco desenfocarlo. La caza no es de fachas ni de bárbaros, aunque haya fachas y bárbaros entre el millón de personas que se calcula la practican en España; se trata de una actividad consustancial al ser humano y a la propia naturaleza. Regularla, ordenarla o gestionarla no puede hacerse sin tener esto claro. Ni tampoco olvidando que esa actividad cinegética da vida al mundo rural, contribuye al indispensable equilibrio de la fauna y genera beneficios en muchos territorios que lo necesitan. Yo respeto a quienes abominan de la caza y no le tocarían ni un pelo —ni una pluma— a ningún animal, pero me niego a sentirme culpable por haber desarrollado el instinto venatorio. Me limito a seguir la filosofía de otro gran conservacionista... y cazador, como lo fue Delibes: “No mates, caza”. La frase es de Félix Rodríguez de la Fuente y desnuda a quienes solo ejercen de matarifes y escopeteros, lo cual nos remite a la necesidad de normas basadas en la ética biológica. Pero no a convertirnos en apestados.

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