La Opinión de A Coruña

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Cómo fracasar

Una torta a un compañero en público y el mundo entero se ha echado sobre Will Smith. Yo, en cambio, le compadezco. ¿Quién no la ha cagado alguna vez? Si hubiera un manual para sobrevivir al fracaso, se lo mandaría, pero no existe. ¿Y si lo escribo? He fracasado bastantes veces. Algunas incluso públicamente, ya fuera en la política o en el cine. Mi vida privada también está llena de actos fallidos, de buenas intenciones que no llegaron a buen puerto y de tentativas que ni siquiera zarparon, se quedaron en tierra, como un cubito de hielo al sol. Y las que me quedan.

Sé que no es sexi el fracaso, pero me gustaría hincarle el diente, desmigajarlo, ver qué contiene. Va contra la psicología positiva que nos inculcan los expertos: a mal tiempo buena cara y nada de confesar los fracasos propios, sino centrarnos en aspectos constructivos de nuestra persona. Fuera quejas. En casa, como en la calle, conviene mostrar los triunfos y dar signos de competencia. Cualquier otra alternativa es de pésima educación. Lo que nos produce placer es tener gente positiva al lado, genuinamente alegre, que desprenda buena energía. El fracaso es tabú, políticamente incorrecto, ni político ni empresario te hablará de los suyos.

Según esa filosofía, quien sonríe por fuera acaba sonriendo por dentro y, si damos la vuelta a nuestros pensamientos negativos, nos sucederán cosas buenas porque se nos ocurrirán ideas mejores. Es posible que eso sea así, pero me reconocerán que exige tener piel de lagarto, más voluntad que el Alcoyano y que hay momentos en la vida en que es imposible que la imitación de la alegría suplante a la alegría. Exigir al caído que, además, ponga buena cara puede ser sadismo. Es añadir a su condena otra mayor, la de un autoengaño en el que, para mas inri, fracasará. El fracasado está solo, pero al menos es honesto consigo mismo.

Mi libro sobre el fracaso no será un listado de trucos para colar de matute nuestros lamentos en las conversaciones con nuestros allegados exitosos y positivos. ¿Para qué? Cuando uno fracasa tiene pocas conversaciones, porque ¿quién va a entenderte salvo otro fracasado? Los de alrededor se cansan. No saben qué decirte, como seguramente tú no supiste consolarlos a ellos en circunstancias parecidas. Solo conoce la palabra adecuada que te serena quien pasa por lo mismo. Cuando las cosas han salido terriblemente mal por tu mala cabeza o tu mala estrella, es difícil contar con los otros. La vergüenza es tu única compañera. La culpa es la melodía machacona con la que te levantas y con la que te acuestas.

En ese libro yo podría señalar uno por uno mis errores. Todos, sin dejar uno fuera. Desde los que cometí en la adolescencia hasta el más reciente. Podrían ser de utilidad o al menos de consuelo. Porque si una cosa he aprendido en la vida es que el fracaso nos aguarda a casi todos. La vida misma es un fracaso porque termina en la muerte. La muerte, haber sido incapaz de prever y evitar el fallecimiento de las personas que más quería y más falta me hacían, es mi fracaso mayor. Pero no el único. Elegí un oficio en el que el desastre se roza a diario. En cine lo excepcional es tener éxito. Un cineasta, salvo honrosas excepciones, sabe que hacer una película simplemente correcta es una carambola. No digamos ya magistral. Eso es un milagro directamente. Quien, como yo, empezó su carrera ganando Goyas sabe que desde ahí todo es cuesta abajo. De los principios mas prometedores nacen grandes naufragios. Unas veces cambiamos nosotros y otras es el mundo, pero llega un día en que el desencaje es total. Cabe la opción de no hacer nada. Dejar las cartas sobre la mesa y abandonar la partida, pero es un lujo que pocos se pueden permitir. Hay que poner pan sobre la mesa cada día.

Estoy pues en la mejor disposición para escribir ese tratado sobre el fracaso, porque últimamente tengo la imaginación bastante seca y mi pensamiento es más plano que de costumbre. Será el parto de un fracaso anunciado. Mi lenguaje, mi pensamiento están tan entumecidos como mi corazón y el libro que quiero escribir es casi seguro que será un proyecto inacabado, abandonado a mitad de camino, es decir, fallido.

En ese libro que no escribiré, contaría a otros como Will Smith lo mal que lo he hecho, los errores garrafales cometidos, hablaría del dolor que me he causado a mí misma y a otros. No para buscar compasión (nadie siente compasión por el fracasado) sino para ofrecer compañía, para que no se sintieran tan solos en su ruina. Porque ni Will es el primero ni será el último en cagarla.

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