La Opinión de A Coruña

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Juan Tallón

Juego de llaves

Es imposible resumir una guerra, pero el lunes vi una foto del periodista Luis de Vega, y me pareció que toda la guerra estaba ahí, encerrada en un simple rectángulo. En la imagen se ve un cadáver boca abajo, abatido por los rusos, en las calles de Bucha. No se distingue si se trata de un hombre o una mujer, ni tampoco su edad. El cuerpo está cubierto por el chubasquero que llevaba puesto en el momento del crimen. Sí se aprecian sus manos y, apenas a un centímetro, un juego de llaves. Están tan cerca que presupones que las sostenía en una mano en el instante que las balas la abatieron. Cuando el cuerpo se derrumbó sin vida, el puño se abrió y las llaves se rindieron a la muerte.

Son tres llaves. Dos parecen corresponderse con las de un portal y una vivienda. La tercera, por su forma, con la de un automóvil. Entre las tres cuentan la vida. Las pequeñas propiedades personales despliegan a veces la historia de sus dueños. Es fácil imaginar que la persona muerta, un poco antes de recibir los balazos, se encontraba en su piso, pensándose bien si salir o no. Quizá calculó que la última esperanza de sobrevivir era huyendo de casa, no quedándose. Cuando se decidió, se puso un chubasquero, porque llovía, y salió. Cerró la puerta, pero no guardó las llaves, pues se dirigía tal vez a su coche, aparcado justo al lado. Entonces los rusos abrieron fuego, el cuerpo se desplomó, la mano se abrió.

La presencia del juego de llaves junto al cadáver produce el efecto aterrador de ese famoso relato-anuncio atribuido a Hemingway, aunque hay serias dudas al respecto, que dice: “Se venden zapatos de bebé. Sin estrenar”. Enseguida empiezas a hacerte preguntas sobre los zapatitos, quién los vende y a cuenta de qué, por qué están nuevos, ¿acaso murió el bebé al nacer?, ¿o la madre sufrió un aborto? Pasa algo parecido con las llaves. Su presencia te interpela. ¿Qué pintan ahí? ¿A dónde se dirigía la víctima con ellas en la mano? ¿Estaba su coche cerca? ¿No se salvó por muy poco? ¿Tenía que recoger a alguien, quizá a su pareja, a sus padres, a sus hijos, para dirigirse al exilio?

La mirada se clava con horror en el cuerpo y a continuación, como atraídos por una fuerza imantada, los ojos se desvían a las llaves, hipnotizantes. Es imposible que la imagen te abandone en el futuro. Se vuelve un recuerdo de vida, como aquel que evocaba Lobo Antunes, cuando ejercía de psiquiatra en un hospital, con jóvenes en fase terminal. No pudo evitar hacerse amigo de José Francisco, un niño de cuatro años que moriría de cáncer. El día de su fallecimiento, un celador lo envolvió en una sábana blanca y lo tomó en brazos. Antunes vio cómo se alejaba con el niño, al que le colgaba un pie de la sábana. El escritor ya nunca más pudo prescindir de la imagen de ese pie oscilando como un péndulo. “Un día comprendí que toda mi vida había escrito para un pie, que todos los escritores escribimos para el pie balanceante de un niño muerto”. Otros, algún día, quizá escribamos para esa persona asesinada en Bucha, sus manos y las llaves que se quedaron sin puertas.

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