La Opinión de A Coruña

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José María de Loma

Desayuno y cena de Sánchez

Si yo tuviera que desayunar con Feijóo y cenar con el rey de Marruecos, a lo mejor me daba a la fuga como aquel presidente de la Primera República, que tras horas y horas de retraso tuvieron que ir a buscarlo a su casa tras mucho esperarlo en el Congreso. Resulta que ya estaba en Francia. Sus motivos eran distintos, no quería firmar una pena de muerte, pero desde luego no pocos preferirían antes la muerte que una jornada tan particular. Primero ves al que quiere quitarte el puesto, al que está sentado contigo en el salón pensando en cómo lo va a redecorar él o en que mal gusto tienes para las lámparas. Tal vez un gesto delator de deslealtad de ese menestral de La Moncloa que les trae el café o el aperitivo y que ve en Feijóo el próximo inquilino.

Y luego, una vez que has recibido en tu casa, encima pon buena cara, al que te va a insultar públicamente muy pronto, prepárate para cenar con quien te ha engañado y se dispone a tiranizar el Sáhara y a no cesar (solo le hemos comprado un poco de tiempo) en la reclamación de Ceuta y Melilla. Y trágate los dulces te gusten o no, no lo vayas a ofender, que encima se ofende si no te pones tibio a miel y dátiles. Sánchez al menos se lo puede permitir, no así el monarca alauí, que luce lustroso y semi orondo aunque es más bien por sus largas estancias en París, ya se sabe lo tentadora que es la cocina francesa.

Alguien dijo que Dios hizo la comida y el demonio inventó las salsas. No sé si viene muy a cuento esta frase, pero no está uno como para desperdiciar frases interesantes. Pedro Sánchez encaró una jornada de órdago, que diría un musolari, si bien es más una penitencia de día, una pena de jornada, un martirio inolvidable. No es que Feijóo sea desagradable o mal tipo, es que quiere su puesto. No es que Sánchez sea un santo, es que hay que compadecerlo. A veces me quejo de mi jornada y entonces pienso en esta gente. Ellos no piensan en mí, aunque dicen pensar en todos nosotros. La libertad es poder decir no, pero Sánchez, que hizo bandera del no es no, tiene que decir sí, sí a las visitas. Tal vez eso sea el poder.

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