Las mascarillas en interiores dejarán de ser obligatorias a partir del 20 de abril, aunque habrá determinadas situaciones en las que la protección sí será obligada. Es el siguiente paso, después de haber eliminado la cuarentena en los contactos estrechos de positivos y dejar de contarse los casos de infección uno por uno. Y de que se decidiese que los contagios confirmados, leves o asintomáticos, no deben guardar aislamiento como en fases anteriores. Sucesivamente hemos entrado en la llamada estrategia de “gripalización” de la pandemia de COVID-19, que será considerada como “un virus respiratorio más”.

La Comisión de Salud Pública del Ministerio de Sanidad aprobó hace unas semanas el nuevo protocolo en virtud de la elevada cobertura vacunal de la población, de la inmunidad adquirida por quienes se han contagiado, y en atención a la menor gravedad de la variante ómicron y a los datos positivos del descenso de la ocupación hospitalaria. No puede afirmarse con rotundidad que la pandemia sea una cosa del pasado, porque es evidente que sigue presente, como así ha advertido recientemente la Organización Mundial de la Salud (OMS), recordando el auge de casos a nivel mundial, las elevadas tasas de mortalidad en determinados países y el riesgo permanente del surgimiento de nuevas variantes mientras no exista una cobertura planetaria de las vacunas. Al mismo tiempo, las medidas de relajación, mientras la incidencia se ha estancado en unos 400 casos por 100.000 habitantes, han recibido críticas de algunos expertos, que ven prematura la “gripalización”, temerosos de que el fin del aislamiento de positivos genere un repunte de las cifras generales como así ha ocurrido en países que las han implantado con anterioridad.

Lo cierto es que se impone el sentido común. La población en general ya no está obligada a efectuar pruebas diagnósticas. Sí es conveniente que los individuos afectados por el virus mantengan las mismas precauciones sanitarias que se darían en otras enfermedades parecidas, como la reducción de la interacción social, el uso de la mascarilla hasta que remitan los síntomas y la ausencia de contacto con entornos vulnerables, justamente aquellos en los que las nuevas medidas tendrán menos efecto. En el caso de gente mayor, enfermos graves o mujeres embarazadas, el protocolo se relaja pero se mantienen las pruebas y, aunque sea de menos días, el obligado aislamiento, de manera especial en las residencias de ancianos y en entornos hospitalarios.

La Xunta avala también el momento elegido para relajar el uso de las mascarillas, después de que concluya un momento de mucha “interacción social” como es la Semana Santa. Así lo entiende porque hasta el 20 de abril hay un margen de tiempo prudente para comprobar antes el efecto que ha tenido el fin de los aislamientos de los casos positivos. En la hostelería ya se ha eliminado desde este fin de semana la limitación de comensales por mesa, aunque sigue siendo obligatorio hasta esa fecha el uso del cubrebocas siempre y cuando no se esté consumiendo. Asimismo, Sanidade mantiene el uso del certificado COVID para hospitales y residencias al menos hasta el 23 de abril, una vez que el Tribunal Superior de Xustiza acaba de avalar una nueva prórroga solicitada por la Xunta.

Con la inminente supresión de la obligación de las mascarillas en interiores, con alguna excepción notable —se mantendrá para trabajadores y visitantes de centros asistenciales y personas ingresadas cuando estén en espacios compartidos fuera de su habitación o en centros sociosanitarios (no para usuarios de residencias, ya que se entiende que ese es su hogar) y en el transporte público,— se instala la percepción social de que la pandemia está superada. Reiteramos que no es así. Ejemplos como un editorial de la revista Nature avisan del riesgo de “los planes para convivir con el virus y normalizarlo”, puesto que el peligro está latente en variantes como la llamada sigilosa, que se expande con rapidez. Pero también es verdad que la sociedad (y más en los momentos críticos que vivimos a todos los niveles) necesita recuperar el pulso económico y la normalización de la vida cotidiana, sin que ello sirva de excusa, no nos cansaremos de repetirlo, para rebajar la prevención y la protección ante el virus. La responsabilidad individual es esencial para volver a la normalidad.