La Opinión de A Coruña

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José Manuel Ponte

Inventario de perplejidades

José Manuel Ponte

Las ganas de Semana Santa

“La gente tenía ganas de Semana Santa”, resumió uno de los muchos ciudadanos entrevistados en los noticieros de la televisión. Al parecer, dos años de confinamiento por causa de una pandemia de coronavirus son una pena de reclusión insoportable para un personal acostumbrado al callejeo como mejor forma de diversión.

Si a eso le añadimos la erupción de un volcán que se tragó muchas viviendas y muchos cultivos en una isla de Canarias; una crisis económica que ha pulverizado los escasos ahorros de la clase media; y, para remate del catálogo de calamidades, la invasión ilegal de Ucrania por Rusia, con el objetivo (eso parece) de segregar por la fuerza los territorios de las minorías prorrusas, ha dejado en el ánimo de la población una profunda huella de pesimismo. Un sentimiento negativo que se ve acrecentado a diario por el doloroso espectáculo de la bárbara destrucción de los enclaves urbanos, de los cadáveres tirados por las calles, y de las muchedumbres que escapan del horror de la guerra con lo puesto.

Súmase a todo ello, la insidiosa propaganda que fluye caudalosa desde los medios hasta el punto de hacernos dudar sobre la veracidad de sus informaciones. Y lo mismo, o muy parecido, cabe decir sobre la truculencia con que se describe a los personajes principales del drama. Con el diabólico Putin a la cabeza, un tipo siniestro que nos recuerda al malvado monje Rasputín que acumuló un enorme poder en la corte del zar Nicolás II. Era tan malo que los conjurados para asesinarlo con unos pasteles de cianuro tuvieron que aumentar la dosis para liquidarlo.

Y aun así, se resistía y tuvieron que dispararle varios tiros y luego ahogarlo en el helado río Moscova. Entiendo y comparto las ganas de Semana Santa a las que aludía el anónimo ciudadano cuando le pusieron la inquisitiva alcachofa radiofónica delante de la cara. ¿Quién no diría lo mismo? No hay nada mejor que una sucesión de calamidades para motivar la necesidad de divertirse por todo lo alto.

La literatura (tanto la buena como la mala) es abundante en pasajes de alto voltaje erótico con ocasión de entierros y funerales. No es un secreto para una persona adulta que la presencia cercana de la muerte excite las ganas de vivir intensamente. O como expresa la sabiduría popular: “El muerto al hoyo y el vivo al bollo”. La expresión “ganas de Semana Santa”, a la que aludió el anónimo conciudadano, precisa de más de una lectura.

Durante la dictadura franquista, la Semana Santa era un periodo de obligada tristeza. El interior de las iglesias estaba decorado como para un funeral, la gente vestía de luto, estaba prohibida la música que no fuera religiosa, y no se daban en los cines otras películas que aquellas dedicadas a la muerte de Jesucristo. Y procesiones, muchas procesiones presididas por las autoridades civiles y militares. Todo era tristeza. Por eso no deja de llamar la atención que las ganas de Semana Santa se asimilen a celebraciones alegres, a mucho callejear y a tomar pinchos por los bares.

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