Les saludo en esta nueva columna, hoy sí que ya en la antesala de uno de los más importantes períodos vacacionales en nuestro país. Cortito, sí, pero intenso. Una especie de prólogo de agosto, en el que las grandes ciudades se quedan vacías, y en la costa y otros lugares tranquilos recibimos un incesante trasiego de visitantes. Tengan ustedes buenos días de asueto, si es el caso. Y, si no, espero que de igual manera las cosas les vayan lo mejor posible.

Lo que parece que no acaba de ir bien es el abordaje de la situación sanitaria derivada de la irrupción en nuestras vidas del SARS-CoV-2, y de su enfermedad asociada, COVID-19. Porque, como hemos descrito tantas veces en esta esquinita de papel, una cosa son los deseos y otra la realidad. Algo que es normal y comprensible que confunda el particular o los que intercambian unas palabras en un contexto de amistad. Pero que lo hagan los responsables de la cosa sanitaria, es más grave. Y, por lo que parece, en ello siguen...

En efecto, de los mismos de “salvar el verano”, “salvar la Navidad” o “salvar la Semana Santa”, tanto en su versión 2020 como 2021, ahora llegan nuevos hitos para el 2022. Un nuevo “salvar la Semana Santa”, pero ahora acompañado ya de referencias claras a supuestas “medidas pospandémicas”. ¿Qué? ¡Que no! ¡Que la pandemia sigue ahí, vigente y clara, llevándose entre doscientas y trescientas personas al día en España! Y que en ningún modo se puede bajar la guardia, ni recomendar medidas mucho más laxas ante un patógeno que —como bien sabemos— va a afectar de forma grave aún a muchas personas. A quienes les toque, sin que se pueda conocer esto de antemano, en función de factores aún no bien comprendidos de agravamiento del cuadro causado por el virus.

Otra cosa es que alguien haya tirado la toalla de la prevención y que, sin decírnoslo, haya asumido aquello de que se contagien cuantos más, mejor y, a partir de ahí, que se vayan al otro barrio aquellos a los que les toque, y que los demás pasen página. Esa es la cuestión encubierta, que no se está diciendo claramente, pero que se deduce sin gran esfuerzo de las nuevas directrices de nuestros políticos. Buscan, dicho de otro modo, la inoculación de una cuarta vacuna gratis, vía pasar la enfermedad, para aquellos a los que tal trance no suponga gravedad. Y para los que no, para aquellos cuya genética y estado de salud impliquen enfermedad seria o muerte, parece que tampoco habrá muchos miramientos. Solamente así se entiende que se insista en la retirada de las medidas aún vigentes en interior y, de forma especialmente preocupante, la de la mascarilla. Porque entre las mascarillas y la ventilación cruzada o forzada —una vez que el estamento médico por fin empieza a entender o al menos a asumir eso de los aerosoles, la dinámica de fluidos y su impacto en los contagios— se están evitando aún muchos problemas.

Retirar las mascarillas en los colegios, en particular, es una aberración, se ponga como se ponga quien se ponga. Es diáfano. Aulas muchas veces no demasiado grandes, a menudo poco ventiladas y superpobladas con treinta niños y niñas son una auténtica fábrica de contagios, y prueba de ello es el constante goteo de positivos COVID-19 entre alumnado y profesorado. Claro que la mayoría de los afectados no tendrá ni síntomas, pero es evidente que cuanto mayor sea la nómina de los positivos tanto va a haber más enfermedad grave como posibilidad de cambios en la estructura del virus de ARN. Porfiar pues nuestro futuro personal y colectivo al “malo será”, es pobre conceptual y operativamente hablando. Y eso es todo lo que, desde la Administración, se está poniendo hoy sobre la mesa.

Les he dicho muchas otras veces, y no me canso de repetirlo, que hacer siempre lo mismo esperando resultados diferentes es, como poco, de ingenuos. Y eso es lo que se está haciendo, desde hace más de dos años, en un sistema en el que la laxitud de las medidas lleva a mayores tasas de contagio que, a su vez, implican medidas más contundentes. Un oscilador armónico de libro, en el que ni salimos del pozo ni saldremos, mientras no se tome la prevención mucho más en serio, de manera que los que sean vulnerables, sin saberlo, puedan librarse de la enfermedad severa, de la Unidad de Cuidados Intensivos y de la muerte.

No. ¡Que no! Que, con los datos en la mano, la pandemia no ha pasado y que verlo de otra forma es una ensoñación, un delirio, la mera expresión de un deseo o la demostración de la más supina ignorancia, independientemente de la titulación.