Bueno, bueno... Si usted me lee hoy significa que los dos hemos pasado el trance de estos días de mayor asueto, volviendo al día a día sin mayor novedad. Pues aquí estamos, mientras el incremento de contagios por el patógeno que nos trae de cabeza, el SARS-CoV-2, nos demuestra una vez más que una cosa son los deseos y otra, bien diferente, la realidad. Y esta es que seguimos enfrascados en una lucha encarnizada que, desde mi punto de vista, debería ser más global, más coordinada en cuanto a las medidas tomadas, mucho más responsable y, sobre todo, más realista. Más ligada a los hechos, y no a falacias que triunfan en redes sociales y que a veces desde la política se asumen, y que consisten, esencialmente, en endulzar la evidencia. Y esta no es otra, se ponga como se ponga quien se ponga, que el patógeno sigue ahí, que a muchos no les afecta pero que, a quien le toca, se las hace pasar crudas o hasta se lo lleva. Si esta sociedad fuese un poquito más solidaria, sin duda programaría su vuelta a la normalidad contando mucho más con todas las personas y, especialmente, con las más vulnerables a esta amenaza. Pero... ya saben. ¿Alguien dijo que la sociedad saldría mejor y más reforzada de esto? En absoluto, y no me río porque el tema es de llorar... Y si no, que se lo pregunten a tantos mayores que se nos han ido o que están en tal trance, ante una cierta laxitud colectiva. ¿O no?

Hoy les propongo, sin embargo, otro tema importante, en el que muchos de los esquemas mentales que se aplican tienen que ver con algunos que afloran en cuanto a la pandemia y, particularmente, con esa gran confusión entre lo que queremos y lo que podemos hacer. Es una cuestión mucho más abierta y global, donde se mezclan elementos tan actuales y preocupantes como el cambio climático, el deterioro de las condiciones ambientales en el planeta o la propia pervivencia de la Humanidad, donde caben, como corolario de todo ello, las pandemias. Hoy hablaremos, desde un ejemplo, de la coherencia.

En el fondo es hablar de la sintonía entre dos elementos muy presentes en la vida de cada uno de nosotros. Por una parte, nuestro discurso cuando predicamos. Y, por otra, nuestros actos cuando damos trigo, parafraseando el refrán. Son dos cosas bien diferentes, y no todo el mundo las empasta bien. No culpo a quien no lo hace, y soy consciente de que la vida de todos está llena de pequeñas —o no tan nimias— contradicciones. Pero, amigos y amigas, habrá que empezar a discernir y arreglar el desfase entre lo “guay” de lo políticamente correcto, con lo serios que se ponen en algunos foros cuando hablan de las cosas de comer. Y, especialmente, cuando son precisamente “sus” cosas de comer, no tanto las de los otros.

Miren, hace unos días tres hermosos cruceros recalaron en el puerto de A Coruña. Me consta que hubo quien exhibió anchas sonrisas, ligadas a una gestión y a un logro. Muy bien,... pero pandemia aparte —de lo que también habría que hablar—, este tipo de actividad es un completo despropósito. Entiendo que la ciudad, vista por quien tiene la difícil misión de sacar a corto plazo las castañas económicas del fuego, no puede prescindir de ello. De acuerdo. Entiendo también que el Puerto, institución importante desde siempre en una ciudad volcada hacia el mar, como la nuestra, saque pecho. Lo comprendo también, claro que sí. Pero... ¿va a haber quien le ponga el cascabel de la sostenibilidad al gato, o no? Porque no puede ser que se predique hasta la saciedad lo uno, lo otro y lo de más allá y luego, cuando toca... nos olvidemos de ello. Es profundamente incoherente, no por parte de alguien en concreto, sino de todos. Pero, si no mudamos nuestros hábitos —y no hay traza— ustedes y yo sabemos que la cosa pinta mal. La evidencia es meridiana.

Los datos cantan. Se ha llegado a estimar, y hay trabajos sólidos detrás disponibles, que la contaminación producida por los cruceros que atracan en los puertos españoles supone unas cinco veces la que emite a la atmósfera ¡el total del parque automovilístico del país! Hay muchas razones detrás de tan enorme volumen, ligadas —entre otros factores— al tipo de combustible que utilizan y a la potencia de sus máquinas. Verdaderamente apabullante. Y así las cosas,... ¿qué hacemos? ¿Podemos seguir celebrando la coincidencia en el mismo centro de nuestro casco urbano de tres enormes motonaves en un mismo día? Yo creo que... es muy discutible. Y argumentar sus bondades a partir del indiscutible volumen económico que reportan a la urbe, es algo así como alegrarse del hecho de que la velutina —especie invasora que afecta gravemente al ecosistema— sea una predadora de la “oruga papabuxos”, también foránea y proveniente de Asia, que está destrozando nuestros setos. La “papabuxos” es un problema, claro. Pero la “vespa velutina” no puede ser considerada una solución, en modo alguno, por atacar a dichas orugas, ya que ocasiona muchos más problemas. Del mismo modo, la falta de oportunidades y el declive industrial es un problema, por supuesto. Pero, para paliarlo, multiplicar por cinco el efecto pernicioso del parque de vehículos y acercarlo al centro de las urbes, tampoco es bueno, en modo alguno. Y esto, una vez más se ponga como se ponga quien se ponga, es así. Tal contradicción, en ciudades como Venecia, ha levantado no pocas chispas.

Bueno, les dejo esto sobre la mesa, lanzando algunas buenas preguntas que inciden sobre la praxis y el discurso. Las respuestas, como dijo Dylan, supongo que están en el viento. Y a mí, más allá de preguntar, no me miren. Tendremos que construirlas, con humildad, camaradería y mucha buena voluntad, entre todos. Ah, y buscando la coherencia...