El contexto temporal en el que este artículo ve la luz nos trae una feliz coincidencia. Por un lado, está escrito ayer, 22 de abril, en una nueva edición del “Día Internacional de la Madre Tierra”, con el que Naciones Unidas quiere llamar la atención sobre temas importantes y críticos que tienen que ver con la salud global del planeta. Y, por otro, sale publicado un día después, 23 de abril, Día del Libro. Una fecha siempre perfecta para compilar referencias escritas sobre los temas que nos interesan e importan. Y, concatenando las dos efemérides, ¿no les parece fantástico que dediquemos esta columna a hablar de ello?

Pues ya ven, cambio climático, amenazas a la biodiversidad y contaminación adquieren estos días un especial protagonismo, para los que la búsqueda de soluciones debería ser el primero de los intereses globales. Y es que nos va la vida en ello, no tengan ninguna duda... Hace unos días reflexionaba con ustedes sobre la coherencia en relación con todos estos retos, a raíz de haber coincidido en la ciudad varios cruceros, altamente contaminantes. ¿Primamos lo económico? ¿Apostamos por el futuro? No es fácil, no. Pero el tiempo apremia, y los indicadores son lo bastante contundentes como para empezar a vivir de otra manera...

La cuestión es que, hablando de libros y de esta apasionante e inquietante temática de la sostenibilidad, echo ahora una ojeada a algunos de los títulos que manejé estos años sobre tal ámbito. Son unos cuantos, pasando por diferentes informes más o menos sesudos avalados por diferentes organizaciones, algunas obras bastante de culto en aspectos como la alarmante pérdida de biodiversidad, y algún que otro ensayo que, en clave predictiva, habla sobre el futuro -nuestro actual presente- de forma bastante pesimista. Releo con especial fruición aquel devastador informe del Club de Roma, firmado por King y Schneider, que titulado La primera revolución global ponía ya en 1992 muchos puntos sobre “íes” hoy especialmente vigentes. Entonces ya se escribió, sin paliativos, “si no se disminuye la velocidad, la civilización llegará a un colapso total”. Y... ¿no tienen la impresión de que algo de eso flota hoy ya de forma descarada en nuestro día a día?

Me paro también con detenimiento en Cambio Climático, de Dinyar Godrej, publicado en su día en español por Intermón Oxfam en el número 13 de sus fantásticos Dossiers para entender el mundo. Abordo algún título más de esa colección, como Mañana. Guía de desarrollo sostenible, de María Riba, número 20 de la misma. Y cuanto más insisto en ampliar mi perspectiva y releer y glosar textos de muchos ratos de lectura de antaño, más me asalta la sensación de que la suerte está ya echada, de que hemos desoído -de forma consciente y continuada- todo lo que verdaderamente importaba. Y, lo peor, de que hemos conformado una sociedad a la que será difícil convencer de que algo habrá que reforzar en algún sentido diferente al actual para empezar a cosechar otra realidad. Y es que no sé qué les parece a ustedes, pero cuanto más me he sumergido siempre en tales ideas, mayor sensación de dualidad perfecta he tenido siempre. Por una parte, una minoría muy formada, con argumentos científicos y convencida de que muchas cosas tendrían que ser ya de otra manera. Y, por otra, una sociedad cada vez más desnortada, que bastante tiene con atender sus propios problemas diarios, y ante la cual la esfera colectiva se difumina cada vez más, con terceros que sacan pingües beneficios cortoplacistas de la inacción y de que todo siga como está. Así las cosas, es complejo introducir en la agenda pública temas complejos y con potente carga conceptual, simplemente porque a algunos no les viene bien y porque a muchas de las personas les quedan muy lejos. Y, por ende, a los políticos. A ellos y a sus partidos, que no dejan de ser sino un reflejo de la sociedad. Y si esta no rezuma sensibilidad a toda esta temática, que nos está ya golpeando duro, tampoco se reflejará la misma, en general, en propuestas pro medio ambiente que nos hagan aquellos que aspiran a que les votemos. Y, aún cuando lo hagan, las urnas les castigarán, porque su punto de vista tendrá consecuencias incómodas para los que no están en tal onda conceptual.

Tengan ustedes un feliz “Día del Libro”, así como espero que su “Día de La Tierra” también haya sido especial. Yo los he celebrado, una vez más, sumergiéndome en el bosque húmedo, en una pequeña fraga y caminando por ella en soledad. Reflexionando sobre algunas acciones individuales que he conocido, de personas altamente sensibilizadas y que luchan en su entorno próximo, contra viento y marea, por no dañar la biodiversidad, recuperar el paisaje o apostar por un medio ambiente más limpio. Son granitos de arena en un desierto, pero a mí me resultan estimulantes y me instilan esperanza. No sé, quizá cualquier día les visitaré, e imaginaré algo grande, colectivo e inspirador para abordar algo mayor, que aspire a concitar más voluntades y que pueda ser motor de cambio. O no, porque hace tiempo que dejé de creer bastante en ser encantador de serpientes o el flautista de Hamelin. No sé. Seguiré paseando. Intentando confluir en el camino con algún batracio que me muestre, con su concurso, que estoy en aguas limpias... Creo que a poco más aspiro. Pero sí, quedan mimbres para la esperanza. Aunque también muchos indicadores rojos en la consola global de la sostenibilidad...