La Opinión de A Coruña

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Daniel Capó

las cuentas de la vida

Daniel Capó

Cada año más pobres

La riqueza media de un español, mermada por la inflación, no es mayor en 2021 de lo que fue en 2005, hace ya más de tres lustros. En este mismo periodo de tiempo —y con dos graves crisis de por medio: el crash financiero de 2008 y la pandemia causada por el coronavirus—, Irlanda ha incrementado su PIB per cápita un 79%; Alemania, un 18%; y los Estados Unidos, un 17 %. Estos fueron los datos estremecedores que lanzó hace unos días en la Fundación Rafael del Pino de Madrid Jesús Fernández-Villaverde, catedrático de Economía en la Universidad de Pensilvania, y que recogía, en su columna dominical de Voz Populi, el veterano periodista Jesús Cacho. Son datos que nos hablan de un fracaso y de una preocupación. Son datos que indican que, a pesar de la ayuda europea, no se puede —ni se debe— incluir a España entre los ganadores de la globalización.

Nadie lo hubiera pensado hace dieciséis años. Entonces, ya con Rodríguez Zapatero en el gobierno, la economía seguía al alza y la duda —pregonada día tras día por la prensa afín— era en qué momento la renta per cápita española iba a superar a la italiana, primero, y a la francesa, después. No sólo crecía la economía y la inversión, sino que las grandes cifras macroeconómicas lucían espléndidas, al menos en apariencia. La deuda pública se situaba realmente entre las más bajas de la zona euro y el déficit presupuestario se veía una rémora del pasado en medio de la carrera del superávit. La demografía era aún favorable, rejuvenecida además por las olas migratorias de aquellos años, y el paso de la peseta al euro había permitido impulsar las exportaciones. Sin embargo, las apariencias eran falsas. Como casi siempre lo son.

Quince años después, el país se ha empobrecido masivamente y, si no somos más conscientes de ello, es por el endeudamiento masivo que ha permitido el Banco Central Europeo. Con la deuda y el gasto público por las nubes, la propia deuda y los tipos de interés negativos actúan como grandes blanqueadores de la pobreza, a la vez que el país continúa perdiendo competitividad, tejido industrial y posiciones en el contexto internacional. Si en 2005 la coyuntura macro resultaba favorable, la actual es endiablada debido a una deuda pública disparada —que ya supera ya el 100 % de la riqueza nacional—, un déficit sin brida, el envejecimiento de la población, unas tasas de paro estructural mucho más elevadas, la subida de los impuestos y uno de los gobiernos más débiles de nuestra historia reciente. La apuesta por el sector servicios —frente al industrial— se ha mostrado fracasada, mientras se deteriora la educación, junto con la calidad institucional del país. Si en 2005 el optimismo empujaba España hacia el abismo, hoy es el pesimismo lo que sigue frenando cualquier reforma de futuro. Rige la peor política en la peor de las coyunturas, lo cual terminará acrecentando la división social y el populismo electoral. Lo que ha sucedido en el Reino Unido con el Brexit, o lo que ha sucedido en Francia, puede ocurrir perfectamente aquí de nuevo. Son las consecuencias de encadenar una década perdida tras otra. Y de permitir que sean los intereses cortoplacistas de la clase política, con su verborrea demagógica, los que contaminen el debate público y las decisiones de los gobiernos.

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