La Opinión de A Coruña

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Daniel Capó

las cuentas de la vida

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El error de Putin

Al principio de la guerra, nadie daba un duro por la resistencia de los ucranianos. No era cuestión de voluntad ni de patriotismo, sino de la superioridad —se suponía que aplastante— del ejército ruso. A remolque aún de la Segunda Guerra Mundial y del mito del ejército soviético, Moscú había sabido explotar una imagen, si no de potencia económica —algo inimaginable con un PIB a la altura de Italia—, sí de superpotencia militar: misiles hipersónicos y balística nuclear, cazas de combate de última generación y un comando de hackers dispuestos a cruzar todas las líneas Maginot de las nubes de información militar e industrial. ¿Qué queda de ese mito, dos meses después del inicio de las hostilidades? Bien poco. Una guerra antigua, basada en el avance palmo a palmo, con miles de víctimas y un territorio destruido. Si Rusia gana, será por aluvión, es decir, gracias a su superioridad numérica; pero se ha mostrado incapaz de hacer frente a un adversario con tecnología occidental. Lógicamente, cabe preguntarse —vistas las dificultades del despliegue ruso— si Putin sería capaz de sostener un segundo frente militar con un país dotado de tecnología europea (aunque no formara parte de la OTAN): naciones desarrolladas como Suecia o Finlandia, cuya tecnología electrónica es enormemente superior a la de Rusia. La respuesta surge casi de inmediato: no sería capaz. Y, si la respuesta es negativa con países fuera de la OTAN, no cabe ni imaginarse lo que supondría enfrentarse al ejército de uno de los miembros de la Alianza Atlántica. Desde ese prisma, la decisión de Putin ha resultado catastrófica: el poder militar de Rusia no ha superado el declive económico y social del antiguo imperio soviético.

El error estratégico de Putin, quien creía que una victoria rápida acrecentaría el peso de Rusia en el tablero europeo, no le afecta sólo a él. La primera víctima es por supuesto Ucrania, que ha sido arrasada y no sabemos siquiera si logrará sobrevivir, aunque queremos creer que sí. Por extensión, la segunda de las víctimas es Europa, la cual se enfrenta de nuevo al afán expansionista del gigante de los Urales, consciente de que tanto nuestra viabilidad económica como energética han quedado seriamente erosionadas. La historia de la Unión no ha sido otra en las últimas décadas que la de ir sumando una crisis tras otra, mientras soportaba numerosos vientos en contra. Por decirlo de otro modo, la globalización puede haber beneficiado a unos cuantos países concretos de la Unión, pero no al conjunto de la misma. España es un caso paradigmático al respecto. Tampoco parece que los Estados Unidos vayan a salir beneficiados de la guerra, aunque el daño que vaya a recibir será mucho menor que el sufrido por Ucrania, Rusia o la UE. A su favor juega la independencia energética y el músculo de sus multinacionales; en su contra, que se ve obligado a concentrar de nuevo sus esfuerzos en Europa, cuando su auténtico ring se encuentra en el Pacífico y mirando hacia China.

La guerra se alarga y, con ella, las sombras de un mundo que parece haber dicho adiós al pacifismo. Como sucede casi siempre en la Historia, son nuestros errores los que causan el dolor en la humanidad. Nuestros errores y el mal inextinguible de la condición humana.

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